Fuente: La Jornada de Zacatecas
Redacción
Lucha Castro
“Somos mujeres humildes que vivimos en colonias populares de Ciudad Juárez y Chihuahua; usamos el transporte público, somos trabajadoras que percibimos menos de dos salarios mínimos, la mayoría sólo estudiamos la primaria”.
“Somos madres de jóvenes desaparecidas; algunas de nosotras finalmente encontramos a nuestras hijas: violadas, asesinadas y tiradas en cualquier lugar, otras continuamos buscándolas. Somos, con nuestras hijas, las nuevas crucificadas de la tierra y queremos justicia”.
Primera Estación La mujer desaparece
A mi hija le gustaba ver las estrellas, juntas las veíamos. Cada noche miro al cielo y le digo: “yo sí voy a todos lados que me inviten porque quiero que donde se encuentre Erika diga: ‘sí, mi mamá sí me buscó’”.
El cuarto de Julieta Maarleng permanece igual que el día que desapareció. Le lavo su ropa, cuido sus monitos de peluche, sus cuadernos. Todo está igual esperando su regreso.
Ciudad Juárez es el lugar de paso. Refugio de migrantes que van en busca del sueño americano, algunos de los cuales mueren en las arenas del desierto. Del millón y medio de habitantes, 8 mil son migrantes. Por esta ciudad pasa 70 por ciento de la droga que llega a Estados Unidos.
La ubicación geográfica del estado de Chihuahua lo ha convertido en un lugar estratégico y en terreno fértil para que las redes del crimen organizado se desarrollen exitosamente. En Ciudad Juárez existen importantes redes de ese tipo, donde destaca el cártel de Juárez, una de las redes más poderosas de narcotraficantes en el país.
A partir de la militarización de la entidad se ha incrementado la violación a derechos humanos de la ciudadanía, incluidas mujeres, reportan organizaciones civiles.
Miles de hombres y mujeres, víctimas del modelo económico neoliberal, llegan a Ciudad Juárez, frontera de México con Estados Unidos. Mujeres pobres, campesinas arrojadas de sus comunidades por el abandono del campo derivado de las políticas dictadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Segunda Estación. La madre inicia el calvario
Con la pesada cruz de su ausencia, sale en busca de su hija. No hay explicación razonable, pues desapareció a plena luz del día, pareciera que se la hubiera tragado la tierra.
Las madres con hijas desaparecidas no pueden dejar de pensar en Josefina González, la madre de Claudia Ivette, su hija, quien llegó tres minutos tarde a la fábrica maquiladora, le fue negado el acceso a su trabajo.
Fue la última vez que se tuvo noticia de Claudia en vida. Su cuerpo fue encontrado tirado en el campo algodonero junto con otras siete mujeres en noviembre de 2001.
Según la información proporcionada por las autoridades estatales a la Relatora especial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), de las personas reportadas como desaparecidas entre 1993 y 2002 en Ciudad Juárez, no hay confirmación de su localización de 257.
En marzo de 2003 las autoridades informaron a Amnistía Internacional (AI) de 69 casos de desapariciones que reconocen con el rango de “vigentes” por lo que formalmente aún son investigadas.
Las organizaciones no gubernamentales (ONG) denuncian que el número es mayor a las 500 desaparecidas en el estado. Existen 4 mil 587 reportes oficiales de mujeres desaparecidas en el municipio de Juárez, de los cuales el gobierno del estado reconoció ante la CIDH a 257 con estatus de desaparecidas.
Tercera Estación. La madre presenta la denuncia
“Cuando acudimos a presentar la Ådenuncia, la autoridad nos culpa porque trabajamos fuera del hogar y según ellos las tenemos abandonadas. A las que trabajamos en nuestras casas se nos juzga porque las tenemos ‘muy cuidadas y faltas de libertad’, de tal forma que invariablemente las principales responsables somos las familias”.
“Nos informan que la desaparición no es un delito y que no tienen obligación de buscarlas, por lo que la averiguación de los cuerpos policiacos es un servicio social”.
“Somos humilladas, maltratadas, cuestionan nuestra vida personal y sufrimos el descrédito en los medios de comunicación masiva al exhibirnos como familias conflictivas y desintegradas, y concluyen que nuestras hijas se fueron por su propio gusto y libertinas”.
Esa negligencia ha sido denunciada reiteradamente por las familias y organizaciones como una de las pruebas más claras de la actitud discriminatoria de las autoridades hacia las víctimas y sus familiares, quienes no disponen de los recursos ni tienen influencia para asegurar el uso eficaz de los instrumentos de justicia.
Cuarta Estación. La madre encuentra a otras mujeres
“No sabía lo que era una ONG y hoy con otras madres nos hemos convertido en una gran familia; sin lazos de sangre, nos queremos, nos apoyamos, luchamos contra la injusticia y ahora formamos una ONG, se llama Justicia para Nuestras Hijas, donde aprendemos a luchar con dignidad”.
“No sabía que existía América Latina y hoy hemos aprendido que otras madres de países como Chile, Argentina, Guatemala, El Salvador, han luchado por sus hijas e hijos”.
Quinta Estación. Las madres encuentran cirineos
Cientos de ONGs de derechos-humanistas, artistas, intelectuales, profesionistas, amas de casa, periodistas, han levantado su voz para exigir al gobierno ¡Alto a la impunidad!
La participación de las organizaciones no gubernamentales fue definitiva, ayudaron a romper el silencio y el olvido, al dar cuenta de la negligencia, ineficacia y falta de voluntad política de las autoridades. Gracias a las ONG se captó la atención nacional e internacional.
Sexta Estación. Encuentro con Verónicas
Las mujeres han tenido un papel protagónico en esta lucha por la justicia y la dignidad, son ellas las primeras que advirtieron lo que sucedía y lo denunciaron al mundo, acudieron en solidaridad con las madres de hijas secuestradas o asesinadas.
Ellas salen al rastreo en el desierto para buscar a las víctimas, sus manos lo mismo pegan una foto de una niña desparecida que redactan un volante o construyen un periódico mural para denunciar.
Son ellas las que recorrieron por el desierto 350 kilómetros desde la capital del estado a la frontera para llevar el monumento de la cruz con clavos, donde se inscribe el nombre de cada víctima, en el evento que denominaron El éxodo por la vida.
Séptima Estación. Encuentran al asesino
Un nuevo dolor está clavado en las mujeres: algunos de los hombres que están en la cárcel son jóvenes pobres que fueron brutalmente torturados para que se declararan culpables. Por esa razón, algunas de las madres con hijas asesinadas luchan al lado de las madres de las víctimas de la tortura y exigen justicia.
Las confesiones bajo tortura y la siembra de evidencias para crear chivos expiatorios nos hacen presumir que existen elementos dentro de la Procuraduría que protegen a los delincuentes, o bien, para cuidar la imagen del gobierno no les importa acusar a los inocentes.
Octava Estación. La mujer, despojada de vestiduras
“A mi hija la asesinaron por ser mujer, joven, bonita y pobre; las hijas de los ricos y los políticos no desaparecen. Ellos tienen dinero para contratar guardaespaldas. Ahora sé lo que significa ‘discriminación’, mi nieta vive porque yo la he hecho vivir con mis protestas. La autoridad ni un expediente abierto tiene”.
Existe el derecho humano de las mujeres a vivir sin violencia y ese derecho se esta inluido en varios instrumentos internacionales y ahora también en una Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.
Novena Estación. La mujer es asesinada
El feminicidio es el genocidio contra mujeres y sucede cuando se atenta contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de las mujeres. En el feminicidio concurren en tiempo y espacio daños contra mujeres realizados por conocidos y desconocidos, por violentos, violadores y asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales, que conducen a la muerte cruel de algunas de las víctimas.
No todos los crímenes son concertados o realizados por asesinos seriales: los hay seriales e individuales, algunos son cometidos por conocidos, como parejas, parientes, novios, esposos, acompañantes, familiares, visitas, colegas y compañeros de trabajo.
Sin embargo, también son perpetrados por desconocidos y anónimos y grupos mafiosos de delincuentes ligados a modos de vida violentos y criminales. No obstante, todos tienen en común que las mujeres son usables, prescindibles, maltratables y desechables. Y, desde luego, todos coinciden en su infinita crueldad.
Décima Estación. Su cuerpo es tirado en el desierto
No tenemos la certeza de que los cadáveres que se han encontrado sean nuestras hijas, los restos que nos mostraron estaban irreconocibles y aunque algunas prendas de vestir sí corresponden a las de ellas, hemos sabido de otros cadáveres que tenían ropas ajenas o encimadas.
Son raptadas, secuestradas, seleccionadas por sus asesinos: jóvenes esbeltas, bonitas, cabello largo, desaparecen del centro de la ciudad a plena luz del día. Sus cuerpos son abandonados como carne de desecho en lotes baldíos, en las infernales arenas del desierto, violadas, asesinadas, sometidas a las más perversas torturas.
Onceava Estación. El cuerpo es encontrado
¿Quién las encontró? Ninguna de nuestras muertas ha sido encontrada por las autoridades investigadoras, todas fueron producto de la casualidad: unos niños jugaban con una pelota, algún deportista que escalaba, algún campesino que extravió el ganado. Lo que nos lleva a reforzar la idea de que a las jóvenes nadie las busca, no les importan porque son pobres.
Doceava Estación. El cuerpo es entregado
La familia lleva a su hija a la iglesia para sepultar sus restos. Intenta darle significado a la buena vida y no puede dejar de preguntarse: ¿Dios, dónde estabas cuando mi hija fue violada, torturada? Al final de la ceremonia, escucha al sacerdote que le dice que tenga perdón y olvido, resignación.
La jerarquía de la Iglesia católica en México ha permanecido sorda y muda a los problemas de violencia que enfrentamos las mujeres. Con una estructura patriarcal que refuerza desde el púlpito la sumisión de las mujeres, ha dado una jerarquía que se abroga el derecho exclusivo de interpretar la palabra de Dios.
Para la Iglesia, las mujeres aún reciben un estatus de menores, con una doble moral que justifica los femincidios por el tamaño de la falda o el escote. Es una Iglesia que predica una buena vida al exigirles cargar con la cruz, sin luchar por cambiar las estructuras de poder que nos ahogan; una Iglesia que ha permanecido impasible a nuestro sufrimiento.
* Abogada de Justicia para Nuestras Hijas AC, coordinadora del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres AC. Este texto fue editado por ambos organismos en honor de las mujeres asesinadas y desaparecidas en Ciudad Juárez y Chihuahua.
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