Autor: Álvaro Cepeda Neri
Estando Calderón en el puerto de Acapulco –municipio de una riqueza concentrada en los inversionistas del turismo, mientras el resto de Guerrero se sigue hundiendo en la miseria y el mal gobierno de Zeferino Torreblanca (empresario que compró la franquicia del Partido de la Revolución Democrática para disfrazar su derechización), pues impera la corrupción– se refirió a la crisis económica que se verá agravada porque los estadunidenses (y todo el mundo, ya sin excepciones, pues Rusia y China han entrado al circuito cerrado del capitalismo) tienen severo freno en su economía.
Han cerrado su mercado a las compras y México está dejando de exportarles (de sus maquiladoras y demás producción nacional) más del 80 por ciento de lo que les vendemos. Hace dos o tres meses, Felipe Calderón y Agustín Carstens despreciaron los efectos del desastre inmobiliario y después financiero de nuestros vecinos. Ahora, aceptan que nos invadirán para agravar nuestra situación de por sí dañada por la mala gestión foxista, los dos años calderonistas de estancamiento y lo que hemos venido arrastrando desde que, sobre todo, el salinismo implantó y el zedillismo continuó: el capitalismo salvaje o neoliberalismo económico.
Se puso Calderón muy a tono con el recibimiento del buque de la Secretaría de Marina, “El caballero de los mares”, tras siete meses de andar navegando y que realmente se llama buque Cuauhtémoc. Y con la jerga marinera hilvanó dos párrafos de su discurso.
“Lo que debemos tener presente es que, aunque puedan venir tiempos difíciles, México sale adelante gracias a lo mejor de sus mujeres y de sus hombres; y, aunque para México pueda avecinarse, por ejemplo, la tormenta que hoy sacude la economía del mundo, lo importante es mantener el rumbo y hacer con puntualidad y precisión las maniobras que se requieran (…) Al pasar la tormenta, nuestro México estará más fuerte, crecerá más rápido. Y cualquiera que sean los tiempos que nos toque enfrentar, sepan ustedes que, como así lo han hecho a bordo del Cuauhtémoc, México mantiene el rumbo firme y saldrá adelante” (Reforma, La Jornada y El Universal, 17 de noviembre de 2008).
Mientras Calderón –nos cuenta la reportera Anabel Hernández en su reciente investigación periodística Los cómplices del presidente–, cuando se va de descanso al puerto guerrerense, “se entretiene aprendiendo a navegar un lujoso velero en las aguas turbias de la bahía de Acapulco, México empieza a naufragar en una crisis de ineficacia, corrupción y simulación por parte de quienes encabezan áreas vitales del gobierno federal.
“El viento del Pacífico mueve con facilidad la blanca embarcación de unos siete metros de longitud, pero el país luce estancado. Pareciera, desde la cubierta del velero y la majestuosa vista de la residencia que el presidente visita en el puerto, que día tras día se le desdibujan los problemas del país”.
Ciertamente, no es lo mismo un velero que la nave estatal y todo indica que Calderón y sus marineros no tienen una teoría y mucho menos, por carecer de ésta, una práctica para resolver el problema que ya tenemos encima.
Ignoran que durante y después de “que la tormenta impetuosa ha castigado el navío de nuestra república con tal violencia, que hasta el propio capitán y los pilotos están cansados y agotados por el continuo trabajo, se hace preciso que los pasajeros echen una mano, quien a las velas, quien a las jarcias, quien al ancla, y quienes carezcan de fuerzas den un buen consejo o eleven sus votos y plegarias a aquel que tiene poder para desencadenar los vientos y amainar las tempestades, ya que todos juntos corren el mismo peligro” (Los seis libros de la república, de Jean Bodino).
El asunto es que el pueblo, en su mayoría debatiéndose en las diferentes modalidades del empobrecimiento, es quien ha estado remando mientras en la cubierta del barco hay motines por el botín. Continúa la depredadora corrupción. Los panistas resultaron más rateros y han abusado más del poder, mientras en los funerales, como hizo Calderón al enterrar a su favorito (John Elliotty Laurence Brockliss, El mundo de los favoritos) se puso a rezar, repitiendo aquello de “bienaventurados”, etcétera.
Y para todo se pone a pedir al cielo, con golpes de pecho, cuando lo que se necesita es que capitalistas y gobernantes no sean marinos de buen tiempo y que, como lo dejó por escrito Keynes: en cuanto estalla la tormenta abandonan sus deberes y hunden la nave (John Maynard Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero).
No tienen los panistas calderonistas una política económica e insisten en dejar los mercados (de comercio, financiero, empleo, distribución de la riqueza y los problemas sociales) al libre juego del neoliberalismo económico o capitalismo salvaje, donde los ricos y los políticos sobreviven hasta que estalle la rebelión del pueblo. Por todo el territorio hay, más que síntomas, hechos de conflictos sociales por hambre, injusticias, desempleo y corrupción de los gobernantes sumados a los abusos de los empresarios.
Calderón acaba de estar en una reunión como invitado “especial” y se sumó al coro de los países capitalistas para pedir (con Zedillo, quien simultáneamente abogaba por más neoliberalismo) que el mercado a ultranza, libre de todo control, sea el regulador de la economía. Ha sido una estupidez política, característica de los derechistas en cuyas manos está el mundo del capitalismo salvaje, y Calderón no es la excepción.
Mientras más voces demandan la intervención gubernamental en los mercados para construir una nueva macroeconomía sustentada en los principios básicos keynesianos (Axel Leijonhufvud, Sobre la economía keynesiana y la economía política de Keynes, así como consultar el brillante ensayo de Robert Campbell, “La revolución keynesiana”, del libro coordinado por Carlo M. Cipolla, Historia económica de Europa).
Por la tormenta que se aproxima sobre la población mexicana, bien puede que sus sobrevivientes, cargando a los náufragos, más se vayan preparando, como a finales del porfiriato, a celebrar con revueltas, guerrillas y toda clase de manifestaciones el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución que la derecha calderonista se apresta a festejar, a regañadientes, con globos y quesadillas, como cuando a María Antonieta le dijeron que los levantamientos a las vísperas de la Revolución Francesa eran porque el pueblo pedía pan, y salió con aquello de: “Entonces, denles pastelillos”. Calderón, que apenas sabe manejar un velero, no podrá controlar el timón de la nave estatal ante la tormenta que viene.
cepedaneri@prodigy.net.mx
Fuente: Contralínea.
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