Por Juan Gelman.
El flamante presidente de EE.UU. aseveró en su discurso inaugural que las cuestiones de seguridad nacional no deben afectar la vigencia de los derechos humanos. Bien dicho. Sus primeras medidas fueron el cierre de la base de Guantánamo en un año, la suspensión de los procesos incoados por tribunales militares a algunos de los 245 detenidos que allí siguen y la suspensión del régimen de torturas al que han sido sometidos. Bien hecho, sobre todo lo último.
Los presos seguirán presos en otros campos de concentración que el Pentágono instaló ya en distintos países y Obama no dispuso que sus casos pasen a tribunales civiles, como demanda Amnesty. Estas decisiones sin duda interrumpirán el declive del más que dañado prestigio de EE.UU. en el mundo.
No parece que se modificará la política exterior: la estrategia del nuevo mandatario no entraña el cese de la guerra “antiterrorista” que la Casa Blanca desató, apenas un cambio de acento. Habló de una retirada de Irak “responsable” y no reiteró su intención de hacerlo en 18 meses, anuncio de campaña electoral que le atrajo muchos votos. Tampoco la mencionó al cabo de su reciente reunión con los capitostes del Pentágono para tratar el asunto y los comentarios del general Ray Odierno, comandante en jefe de las tropas estadounidenses en Irak, indican que tal vez Obama le da otro peso ahora a la palabra “responsable” (www.mccclatchydc.com, 21-1-09). El general señaló que la retirada dependía de las elecciones nacionales que se llevarán a cabo en Irak a fin de año. Imposible completarla en 18 meses.
La idea, por lo demás, no es sacar hasta el último hombre del país invadido. Más bien no. Colin Kahl, importante asesor de Obama durante la campaña electoral, señaló que EE.UU. debía mantener en Irak una fuerza de 60.000 a 80.000 efectivos al menos hasta fines del 2010 (www.prorev.com, 4-4-08). El New York Times (13-12-08) subrayó la “aparente evolución” del mandatario afroamericano en este tema, sólo que no la hubo: BO siempre mencionó la necesidad de dejar una “fuerza residual” en Irak, aunque nunca indicó la cuantía del “residuo”. Si se cumpliera la observación de Kahl, los muchachos tardarán en volver a sus hogares. Dicho de otra manera: la ocupación de Irak seguirá.
El demócrata Obama, que votó contra la invasión a Irak, se reunió asiduamente a lo largo de los últimos tres meses con su vencido contrincante republicano John McCain, que votó a favor, para solicitarle asesoramiento y opinión sobre las guerras en curso y sobre los futuros encargados de la política exterior. McCain les dijo a varios colegas republicanos que “muchos de esos nombramientos los habría hecho yo mismo” (www.newsmax.com, 19-1-09). No sorprende esa declaración: empezando por la actual secretaria de Estado, Hillary Clinton, y pasando por el reconfirmado jefe del Pentágono Robert Gates –otra herencia de W. Bush–, el equipo que seleccionó BO en este delicadísimo campo está integrado por demócratas partidarios de la guerra y no hay signos de que se hayan vuelto pacifistas.
Es notorio que BO se comprometió a aumentar el número de tropas norteamericanas en Afganistán: el Pentágono ha pedido el envío de 30.000 soldados más en un lapso de 12 a 18 meses y Washington presiona a la OTAN desde hace meses para que incremente también sus efectivos en ese país (Reuters, 20-1-09). Varios gobiernos de la Unión Europea se muestran remisos a aceptar la gentil invitación. Francia la ha rechazado ya, Alemania enfrenta un año electoral difícil, aunque es posible que todo cambie luego de la primera reunión de Obama con sus contrapartes europeas. Continuamos.
Obama reiteró en su campaña que EE.UU. debe atacar las bases de Al Qaida y de los talibán en Pakistán con o sin el consentimiento del gobierno paquistaní. “Si llegamos a tener información confiable sobre objetivos terroristas importantes –dijo– y el (entonces) presidente Musharraf no actúa, actuaremos nosotros” (Reuters, 1-8-07). Cada tanto un avión no tripulado de EE.UU. deja caer misiles en la zona de Pakistán limítrofe con Afganistán. La pregunta clave es cuál será la magnitud del ataque anunciado.
El mandatario ya en funciones llamó por teléfono al presidente de la Autoridad Palestina y al primer ministro de Israel afirmando que no escatimará esfuerzos para desarmar un conflicto que acaba de costar la vida de 1300 palestinos, en su mayoría civiles y sobre todo niños. Pero si Obama insiste en el reclamo de una “Jerusalén única” y capital de Israel –-que formuló ante el poderoso lobby judío proisraelí que recorre infatigablemente los pasillos de la Casa Blanca y del Capitolio–, fracasará como Bill Clinton en la cumbre de Camp David del 2000. Y se verá qué distancia media entre su discurrir de campaña y la realidad de sus actos.
BO no preocupa a Tel Aviv. Como señalara al diario israelí Yediot Ahronot el ex embajador de Israel en Washington, Daniel Ayalon, “en cuanto a las relaciones Israel/EE.UU., tengo la impresión de que no habrá cambio alguno. Al contrario: el mapa de los intereses estadounidenses no depende de la identidad de la persona sentada en la Casa Blanca y EE.UU. seguirá tratando a Israel como un aliado leal” (www.ynetnews.com, 20-1-09). Re-claro, ¿verdad?
Fuente: Alternativa Bolivariana.
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