José Luis Piñeyro
(publicado en El Universal el 29 de marzo de 2008)
La propaganda gubernamental invita a niños y adultos a descubrir el tesoro petrolero en aguas profundas compartidas por México y Estados Unidos. Para ello se necesita tecnología moderna que no tenemos, ni fondos públicos para comprarla. Por tanto se requiere inversión privada nacional o extranjera; si no accedemos, “otro” país se apropiará del tesoro enterrado mediante el efecto popote; además, se afirma que las reservas petroleras se agotarán en pocos años y que de no permitirse dicha inversión el gobierno tendrá que recortar el gasto social.
Mentiras catastrofistas o verdades a medias que los expertos se han encargado de denunciar y señalar como tales. No es impostergable pasar a la exploración en aguas ultraprofundas dado que los pozos existentes tienen una capacidad mayor a la pronosticada; habría que empezar por la explotación en aguas someras que requieren mucha menor inversión y tecnología.
No es cierto que Pemex no cuente con fondos para invertir en instalaciones, gasoductos y tecnología, lo que se requiere es modificar paulatinamente su enorme sangría debido al excesivo pago de impuestos. No es cierto que pueda darse de inmediato el efecto popote; las compañías petroleras de Estados Unidos están iniciando la exploración que además no garantiza el hallazgo de yacimientos. No es cierto que la tendencia mundial sea permitir la privatización y extranjerización de las empresas petroleras, sino al contrario, como se aprecia con la creciente presencia del Estado en Rusia, Brasil, Bolivia y Venezuela.
No es válido plantear que es imposible darle valor agregado al crudo mexicano mediante la instalación de refinerías, el impulso a la petroquímica y a la tecnología nacional que permitan reducir la importación creciente de gasolinas de Estados Unidos y reactivar el mercado nacional. No es efectivo que por la ausencia de tecnología se requiera de alianzas estratégicas con compañías extranjeras; ésta se puede rentar o comprar.
No es creíble que la privatización de Pemex no sucederá porque no se vendrá “ni un tornillo” de sus instalaciones, pues ésta puede suceder mediante las operaciones de exploración, explotación y distribución del oro negro vía mayores contratos de servicios múltiples o de riesgo (Francisco Rojas, “Aguas profundas”, El Universal, 4/III/08, y Antonio Gershenson, “Aguas profundas, ¿para cuándo”, La Jornada, 2/III/08).
No significa lo anterior que Pemex deba seguir como está en rubros específicos como son el combate a la corrupción sindical y administrativa, el despilfarro productivo, la mayor capacitación del personal técnico y profesional, la generación a mediano plazo de técnicas y tecnología nacionales, la mejor eficiencia operativa y más transparencia y rendición de cuentas.
No se requiere de una política gubernamental sexenal sino de una política de Estado integral: de largo plazo, consensuada entre los poderes Ejecutivo y Legislativo federal y estatales, con vinculación con otras instituciones y secretarías de Estado, con articulación con las cadenas productivas nacional y regionales, con alianzas estratégicas flexibles con otros Estados o bloques regionales y sobre todo con la defensa del interés nacional, entre otros rasgos de tal política, algunos bosquejados por David Ibarra. (“El desmantelamiento”, Proceso, 16/III/08).
La única manera de que lo expuesto carezca de importancia es que la visión del tesoro petrolero publicitado por el gobierno de Calderón parta de recuperar cierta acepción de tesoro y botín.
Tesoro, entre sus significados reconocidos por el Diccionario de la Real Academia Española, es un “conjunto escondido de monedas o cosas preciosas, de cuyo dueño no queda memoria”. El Pequeño Larousse Ilustrado señala que un botín es “conjunto de bienes que se obtiene de un robo”.
Entonces, todo queda claro: el tesoro ya no es propiedad nacional sino de los piratas domésticos y extranjeros. Se requiere darles certeza jurídica o legalidad y obtener obediencia o legitimidad de los despojados súbditos desmemoriados o ciudadanos de baja intensidad.
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