En el estudio ganador del premio Casa de las Américas 1981, en La Habana, Cuba, Las culturas populares en el capitalismo, Néstor García Canclini examina los aspectos económicos, políticos y simbólicos “de la producción artesanal y la fiesta purépecha frente a las acciones del estado y el consumo turístico”, de donde surge que el acaparamiento capitalista de artesanos y sus productos “transforma lo étnico en típico” en aras de una unificación mercantil, mientras la fiesta ritual se transforma en un espectáculo como imán turístico hasta el punto en que el término folclorismo adquiere connotaciones monetarias para esa sociedad de consumo en que se transforma lenta, pero sostenidamente la comunidad indígena purépecha.
Ese cambio, afirma Guillermo Contreras, obedece a una tendencia natural en la conformación de una identidad compartida, al poner como ejemplo a la zona calentana de la que forma parte Michoacán y cuya modificación se refleja en su música, pues “hay regiones en donde ya no se toca música tradicional o se encuentra en proceso de cambio, por lo que urge revitalizar procesos musicales, frente a la emergencia de las nuevas maneras de apropiación”.
Frente a esa transformación que obedece a las necesidades de comercialización, Arturo Chamorro propone un estudio más profundo sobre el simbolismo de las culturas locales como un medio para prevenir su desintegración festiva y musical.
En Mediación semiótica y vehículos de significado en la cultura sonora de las phoerhépecha: hacia una interpretación de los símbolos y signos audibles, el etnomusicólogo michoacano tomó como ejemplos lo sucedido en fiestas comunitarias de San Juan Nuevo, Tzintzuntzan, Jarácuaro, Tarecuato, Zopoco, Ichán, Quinceo y Capacuaro, entre 1977 y 1988, para tratar de entender la manera en que el pueblo purépecha concibe sus propios sonidos y el compartir de sus significados. De ahí surge que la mayor comunidad indígena michoacana aplica un sistema sonoro en tres tipos de escenas culturales: la fiesta, la vida doméstica y el bosque. “Es decir, los sonidos que son producidos humanamente y por lo tanto proceden de una ocasión social con una cierta intención ritual y/o emocional (en la primera categoría); (los que) nacen de la vida doméstica, y los que provienen de los nichos ecológicos”.
Al margen del análisis en que profundiza Chamorro a partir de esa división tripartita, lo cierto es que el uso de las reminiscencias musicales ancestrales en la actualidad artística de Michoacán se manifiesta en los escenarios a partir de dos vertientes principales: la fabricación de espectáculos con lo que se ha dado en llamar “música visual”, con la utilización de instrumentos musicales prehispánicos para composiciones nuevas y que remite al espectador a la fabricación de paisajes mentales que dan cabida a una idea bucólica preconcebida, y la programación de grupos de música tradicional en escenarios públicos bajo diferentes programas, entre ellos los que promueve la Secretaría de Cultura de Michoacán, y de forma independiente, el historiador Jorge Amós Martínez, a manera de homenaje a los compositores aún con vida.
Sin embargo, las primeras advertencias que lanzan los etnomusicólogos sobre la intervención de la mercadotecnia, el narcotráfico, la migración y una visión folclorista de la mayoría mestiza sobre el acervo indígena para modificarlo lentamente, aún deben extender su fondo concientizador entre los consumidores de ese mismo acervo, antes de que lleguemos a la urgencia habitual de intentar corregir todo en el último momento.
Agencia Internacional de Prensa India
(AIPIN)
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