viernes, 26 de octubre de 2007

Un club de millonarios

Por Juan Gelman


Un senador estadounidense gana 165.200 dólares anuales por ocupar la banca y está obligado a declarar su patrimonio. Pero cerca de la mitad de los 100 miembros del Senado está constituida por potentados que, en promedio, poseen 8,9 millones de dólares en bienes muebles, inmuebles, acciones, bonos, inversiones y otras menudencias. En cambio, sólo el 1 por ciento de los norteamericanos cuenta con un millón o más (Forbes, 20-11-06). Claro que algunos son más iguales que otros y a la cabeza figura el demócrata John Kerry, ex candidato a presidente, con una fortuna estimada en 750 millones de verdes, según el diario Roll Call, que cubre las noticias del Capitolio desde 1955 (www.rollcall. com, 10-9-07). Le sigue el senador también demócrata Herb Kohl, pero lejos, con apenas 243 millones. Kerry inició su ininterrumpida carrera senatorial en 1984 y Kohl en 1988. Hay que darle tiempo al tiempo.

El investigador Donald Ritchie afirma que así ha sido la historia del Senado desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando hombres de negocios como George Hearst, padre de William Randolph, se convirtieron en miembros de esa rama del Congreso. El escándalo de su riqueza provocó que en 1913 se estableciera la elección directa de los senadores, que antes eran designados por las legislaturas estatales. Tampoco faltan representantes acaudalados en la Cámara baja: el Center for Responsive Politics de Washington compiló informaciones que atribuyen al republicano Darrell Issa la friolera de 677 millones de dólares. Issa es un magnate de la industria electrónica que de joven fue acusado de alzarse con un par de coches y de haber fabricado el robo de su propio Mercedes Benz. Es conocido en el rubro por la invención de la alarma Viper contra el robo de autos. No le faltaría experiencia en la materia.

Es éste apenas un aspecto de un fenómeno general. Los estadounidenses más ricos han batido un record: su participación en el ingreso nacional es la más alta desde comienzos de la década de 1920 (The Wall Street Journal, 12-10-07). Según datos del Internal Revenue Service (IRS, por sus siglas en inglés), en 2005 el 1 por ciento acumuló el 21,2 por ciento del ingreso total –un aumento del 2,2 respecto del año anterior–, mientras el 50 por ciento de abajo sólo accedió al 12,8 por ciento, un descenso del 0,6 por ciento. Para Jason Furman, investigador de la Brookings Institution, esta desigualdad se ha acentuado en los últimos 30 años. Steven Kaplan y Joshua Rauh, de la Universidad de Chicago, estiman que es difícil soslayar la noción de que ello se debe en parte “a una cuestión financiera e industrial (manejada) por Wall Street”. W. Bush no se intranquiliza: subraya que “nuestra sociedad ha tenido una desigualdad de ingresos durante mucho tiempo”. Costumbres son costumbres.

EE.UU. es probablemente el único país del mundo cuyo banco central es privado y no es posible comprender la crisis financiera actual y el aumento del abismo que separa a los ricos de los pobres sin tomarlo en cuenta. Un consorcio de 12 grandes bancos estadounidenses constituye el sistema de la Reserva Federal (FED, por sus siglas en inglés), imprimen dólares y su cliente principal es el gobierno. Se caracteriza por manipular el sistema monetario y la crisis financiera más reciente, motivada por el pésimo manejo del crédito en el marco de un déficit presupuestario brutal, tuvo repercusiones mundiales. La FED ha emitido una cantidad de billetes que supera ampliamente las reservas de oro del país, nada pequeñas gracias a sus imposiciones de posguerra a las exportaciones a una Europa exhausta. En 1971, Richard Nixon canceló la relación oro/dólar y desde entonces el billete no está cubierto por el metal amarillo ni garantizado por el Estado.

El funcionamiento de la FED parece fábula de una mente afiebrada: presta al gobierno los dólares que imprime a bajo costo contra obligaciones en títulos y los bancos perciben los intereses anuales que éstos devengan. No está mal, tratándose de papeles de color llamados dólares. La Justicia estadounidense ha rechazado sistemáticamente las acciones civiles destinadas a anular la ley que creó la FED en 1913. John F. Kennedy intentó modificarla con un decreto presidencial, la orden ejecutiva 11110. Poco después fue asesinado. Curiosamente, el primer acto de gobierno de su sucesor, Lyndon Johnson, fue anular la orden en el avión que lo trasladaba a Washington desde Dallas, el lugar del magnicidio. Simple casualidad, desde luego.

Los bancos privados de la FED procuran por todos los medios mantener el ingente ingreso que el sistema les proporciona y los Estados que, como Irán, desean basar en el euro sus intercambios comerciales internacionales son rápidamente tachados de terroristas. Los bancos centrales del mundo se ven obligados a tener reservas monetarias en dólares y los países exportan sus productos a EE.UU. contra papeles sin resguardo en oro que sólo cuestan el proceso de imprimirlos. El dólar es otro instrumento de dominación de EE.UU. Parafraseando un antiguo proverbio chino, cuando el dólar habla, la verdad calla.

Fuente: Revista Koeyu Latinoamericano.

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