José María Pérez Gay/ III y última
Los nuevos mercenarios
El 27 de abril de 1961, la república de Sierra Leona declaró su independencia. Un pequeño país africano frente al Atlántico –71 mil kilómetros cuadrados y 5 millones de habitantes–, las fronteras con Liberia y Guinea son casi inexistentes, los refugiados se cuentan por cientos de miles. Gobiernos miserables y déspotas iluminados han asolado su historia, golpes de Estado y una guerra civil permanente consumaron el saqueo del país. La maldición nacional: Sierra Leona es uno de los primeros productores de diamantes del mundo, piedra imán de toda la codicia internacional.
En marzo de 1995, el presidente Valentin Strasser contrató los servicios de la compañía militar privada Executive Outcomes (EO), para contener la oleada de violencia del Revolutionary United Front (Frente Unido Revolucionario), bajo el mando de Foday Sankoh (RUF), un verdadero sicópata fundador de los ejércitos de niños. Durante los años de la guerra civil, 4 mil niños desaparecieron sólo en la ciudad de Freetown, capital de Sierra Leona. Unos meses después reaparecieron combatiendo en los Small Boys Units (Unidades Militares de Niños Pequeños), niños entre los 7 y los 12 años armados con metralletas AK 47. “Tienen que aprender pronto”, decía Foday Sankoh, “la guerra no respeta edades.” A principios de 1998, el ejército nigeriano entregó a la UNICEF 79 soldados niños –de 7 a 14 años de edad–, raptados por la guerrilla de Sankoh.
Los mercenarios del EO desplazaron a los guerrilleros del RUF, después de feroces combates liberaron la zona de los diamantes, destruyeron sus campamentos y eliminaron un buen número de carros blindados. Un trabajo de eficacia ejemplar. Al poco tiempo, uno más de los muchos golpes militares derrocó al presidente Strasser, luego el caos de la violencia desintegró al país: el exterminio sistemático de etnias diferentes. Cuando los EO abandonaron Sierra Leona, la mayoría de los jóvenes y los soldados pasaron a formar parte del Frente Unido Revolucionario Reformado. Los rebeldes acosaron al ejército nacional, que no tenía salidas de emergencia, y sólo con la ayuda de la ECOMOG –la Coalición Militar de África Occidental– pudo mantener Freetown, la capital, y meses más tarde la misma Coalición (invadió) ocupó todo el país. En los años siguientes y por mandato de la ONU, los ejércitos de la Organización para la Unidad de África (OUA) conquistaron Sierra Leona. Los sucesivos gobiernos llamaron de nuevo a las compañías militares privadas, primero a la EO y, al poco tiempo, se presentó Tim Spicer y su Sandline International. En Sierra Leona nada había cambiado: los masivos asesinatos fratricidas, la devastadora epidemia de sida y la gigantesca miseria.
A principios del año 2000, Foday Sankoh había secuestrado por unas semanas a 500 cascos azules de la ONU y, según documentos encontrados después de su muerte, había robado más de 2 mil diamantes y buscaba desesperado un comprador en Amberes, centro internacional del comercio de piedras preciosas. Sankoh trabajó durante algún tiempo como el jefe de la Comisión de Recursos Mineros. Según cálculos de la ONU, 85 por ciento de la producción de diamantes en Sierra Leona pasa de contrabando por la frontera de Liberia. En abril de 1969, la producción oficial de diamantes de Sierra Leona llegó a ser de 2 millones de quilates. A partir de mayo de 1999, la producción alcanzaba sólo 700 mil. Desde junio de 2003, un frágil armisticio mantiene a las corporaciones militares privadas como garantes de la paz; pero los rebeldes del RUF siguen ocupando la mitad de los campos de diamantes.
Sierra Leona no es una excepción. Peter W. Singer afirma que Ruanda, Liberia y Angola se encuentran en situación semejante. Las compañías militares privadas decidieron siempre en el último momento los conflictos armados a favor de un partido o de un grupo de consorcios internacionales. Algunos países como la República Democrática del Congo, Filipinas, Chechenia o Angola ofrecen la atmósfera propicia a las intervenciones de las compañías militares privadas, que conducen a una escalada del conflicto y se transforman en graves crisis políticas. Las poblaciones han vivido siempre a las orillas de un volcán, la amenaza de exterminio es su pan cotidiano.
En marzo de 2004, un grupo de ex empleados de la compañía militar privada EO intentó dar un golpe de Estado en Guinea Ecuatorial y fracasó de modo espectacular. Se trataba de expatriar al dictador Obiang Nguema –que contaba con el apoyo de Estados Unidos y de la compañía militar privada MPRI– y llevar a la presidencia al político de oposición Severo Moto, exilado en España. El verdadero motivo del conflicto eran, en realidad, los intereses petroleros de los grandes consorcios, y de los gobiernos que favorecían al grupo de ex empleados de EO, porque la antigua colonia española de Guinea Ecuatorial se había convertido desde hace algún tiempo en “El Dorado” de la economía petrolera. Los financieros de todo el mundo se dan cita en la ciudad de Malabo, capital de Guinea, a la espera de grandes negocios y ganancias astronómicas en la explotación del petróleo. Todos los conjurados del fallido golpe se encuentran en prisión –cumplen largas condenas–, salvo Mark Thatcher, uno de lo autores financieros de la conspiración, quien se encuentra en libertad gracias a la oportuna intervención de su madre: Margaret Thatcher.
Las compañías militares privadas se han puesto por encima de los tratados de la Convención de Ginebra y han crecido a la sombra de Estados en guerra o poderes que hoy llamamos “fácticos”. Su estrategia indirecta es tan antigua como la de los condotieros, capitanes de las tropas mercenarias en el siglo XV, cuyo origen es la condotta, el contrato entre el capitán de los mercenarios y el gobierno de las ciudades-Estado italianas que los alquilaba. El principal mandamiento de los condotieros: todo arte militar se basa en el engaño. Por esa razón, cuando estamos en condiciones de atacar debemos simular que no lo estamos; cuando nos movilicemos con las tropas, debemos parecer inactivos; cuando nos aproximemos, el enemigo debe pensar que nos encontramos lejos; cuando estemos lejos, debe pensar que nos hallamos muy cerca, ofrecer señuelos para atraer al enemigo, simular desorden para aniquilarlo.
La Jornada, viernes 21 de septiembre del 2007
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