Javier Sicilia, fuera de quicio por el dolor, leyó el tres de abril lo que nos anunció sería un último poema:
El mundo ya no es digno de la palabra
Nos la ahogaron adentro
Como te asfixiaron
Como te desgarraron a ti los pulmones
Y el dolor no se me aparta
Solo queda un mundo
Por el silencio de los justos
Solo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo.
Agregó que el mundo ya no es digno de la palabra.
Ecos de este silencio poético autoimpuesto por Sicilia están en aquel famoso dictum de Theodor Adorno: “escribir un poema después de Auschwitz es una barbaridad”.
Adorno escribió en realidad “la critica de la cultura se confronta con la última etapa de la dialéctica de la cultura y el barbarismo: escribir un poema después de Auschwitz es una barbaridad y eso corroe también el conocimiento que expresa porque se ha vuelto una imposibilidad de escribir un poema hoy”. Lo que Adorno expresó2 entonces es que ningún sentido puede extraerse de una victima de tal monstruosidad; todo intento por extraerle una estética a su sufrimiento sería falso y la poesía a la sombra de un acontecimiento así solo podría develar la decadencia de la cultura burguesa. Auschwitz, pensó Adorno, impuso un “nuevo imperativo categórico” sobre la humanidad en el sentido que nada igual debía volver a suceder. Pero el imperativo de Adorno tiene dos implicaciones: uno subraya la necesidad de recordar y con la literatura y el arte confrontar esa monstruosidad para cimentar principios éticos que aseguren que nunca más sucederá y simultáneamente la imposibilidad de hacerlo. El imperativo de Adorno implica también que la clausura ante actos monstruosos de lesa humanidad (Auschwitz) es imposible, la redención inalcanzable y que nuestra responsabilidad (de la humanidad) nunca cesa. Edmund Jabés, el poeta egipcio/francés, siguiendo a Emmanuel Levinas, sostuvo sin embargo, que la redención implica un pensamiento de interrupción (tikkun), un rehusar la clausura. Es esta comprensión de interrupción la que permite que Auschwitz nunca más se repita. Jabés escribió entonces: “yo sostengo que después de Auschwitz debemos escribir poesía, pero con palabras heridas”3.
En la primavera de 1950 T.Adorno recibió una carta de un poeta y musicólogo que desde 1947 vivía en Londres, llamado H.G. Adler. Adler escribió toda su obra poética y ensayística, incluyendo cinco novelas, para asimilar el horror que sufrió cuando a partir de 1942 fue recluido en Theresienstadt, después en Auschwitz y al final en Buchenwald. Según explicó, la escritura fue su manera de recuperar su propia humanidad. Pero como sobreviviente su obra poética y novelística no fue valorada (hasta muy recientemente) porque de alguien que ha vivido ese dolor tan inmenso, siguiendo el dictum de Adorno, se esperaría una crónica testimonial más no una obra estética. (W.G. Sebald estuvo entre los primeros que reconoció el valor poético y estético de su obra porque de la obra testimonial Hermann Broch escribió conmocionado y Hanna Arendt la cita en Eichman en Jerusalem). Adler y Adorno mantuvieron una amistad y correspondencia respetuosa a lo largo de los años (Adler murió en 1988) y entre ambos hubo discrepancias pero quizás también influencias: Adorno en 1966 revisó su propio dictum y escribió: “...el sufrimiento incesante tiene tanto derecho a ser expresado como un hombre torturado tiene derecho a gritar; quizás fue una equivocación haber dicho que después de Auschwitz uno no puede escribir poemas. Pero no fue una equivocación levantar la pregunta menos cultural si después de Auschwitz uno puede seguir viviendo especialmente si uno debe seguir viviendo si se salvó por accidente y por derecho debió ser asesinado. La mera sobrevivencia reclama frialdad, los principios básicos de la subjetividad burguesa, sin los cuales no hubiera existido Auschwitz; esta es la drástica culpa de aquel que fue dispensado”4. Fueron el poeta Adler (y Primo Levi, así como el poeta Celan y el poeta Jabés después) quien en vida y obra exhibió hasta sus ultimas consecuencias la ética del imperativo y mirada ideologizada que expuso Adorno. Mediante una figura literaria llamada profesor Kratzenstein en su novela La Pared Invisible5 Adler creo entonces un personaje que ante el sufrimiento solo podía verbalizar una mezcolanza de marxismo y psicoanálisis porque nunca accede a la dimensión humana del sufrimiento de una víctima. Adler, con su poesía y sus novelas, decidió vivir escribiendo desde su sufrimiento para iluminar, develar, el terror que sufrió bajo los Nazis. Escribió con la esperanza que su obra sería recibida como una ética que cambiaría el mundo y nunca perdió la ilusión que sería comprendido antes que fuera demasiado tarde6. La maestría y originalidad de su prosa es hoy comparada con la de Kafka y Musil.
Javier Sicilia no puede hoy renunciar a la poesía primeramente porque como dice el poeta Óscar del Barco “él no puede decidir no escribir más poemas porque los poemas no piden permiso” y porque ese poema que dice es el último trasmite y conmociona su “inaudito dolor”. Y porque el poeta que ha vivido el horror esta destinado a escribir poesía con “palabras heridas” para no dejarnos a todos sin la iluminación que nos ayuda a corregir este mundo en el que este horror, que le arrebató un hijo a él, nunca más, nunca más, se repita en la vida de otros.
2 En Cultural Criticism and Society publicado en inglés en 1949. Adorno se refirió al tema en varios ensayos: Negativ Dialektik; Onhe Leitbild y en Noten zur Literature.
3 Ver J.Cohen:Interrupting Auschwitz. Continuum. 2003.
4 Traducción del inglés de la referencia al dictum original de Adorno incluido en su Negative Dialektik.
5 Existe solo traducción al inglés.
6 Ver Ruth Franklin, The Long View:a rediscoverd master of Holocaust writing. New Yorker, enero 31:2011
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