Viernes, 17 de Diciembre de 2010 00:00
Escrito por Elizabeth Peredo Beltrán*
Alai-amlatina
Para muchos el Acuerdo de Cancún es positivo, probablemente porque es más fuerte la necesidad de mantener la idea de que “hubo algún resultado” que analizar verdaderamente el contenido y las consecuencias del mismo.
Para nosotros y nosotras, quienes nos identificamos con los postulados de la justicia climática y los contenidos del Acuerdo de los Pueblos, es un texto que en sencillas palabras mantiene la esencia del Entendimiento de Copenhagen dejando en la ambigüedad los aspectos más vitales de un acuerdo climático basado en la ciencia y la equidad que esté a la altura de las necesidades actuales que plantea la crisis del planeta.
El acuerdo no establece compromisos vinculantes, empodera al Banco Mundial abriendo la posibilidad de mayor privatización, endeudamiento y condicionalidades, establece fondos insuficientes para responder a los impactos del calentamiento global y sus medidas de adaptación y arriesga a la humanidad a una elevación de temperatura promedio por encima de los 2 grados.
Cuando la gente demandaba un acuerdo efectivo en Cancún, no hablaba de un acuerdo a cualquier costo. Esa no era la idea. Lejos de avanzar para responder con responsabilidad al cambio climático, se ha entregado abiertamente al “capitalismo salvaje” y sus instituciones la gestión de una crisis de grandes dimensiones que compromete la vida de millones de personas.
Aunque el resultado se postula como la salvación del multilateralismo, paradójicamente pone en vigencia el formato de “compromisos voluntarios” que es el “corazón” del Acuerdo de Copenhagen y arriesga a que en el futuro –como dijimos antes- los argumentos de la “urgencia” y la debacle del planeta ante el cambio climático justifiquen ya cualquier salida, mejor si autoritaria, mejor si mercantil, mejor si excluyente, mejor si sólo mantiene el statu quo de las élites. Es decir, adiós al multilateralismo.
La voluntad de miles de personas empeñadas en avanzar con la justicia climática, la justicia social y el equilibrio con la naturaleza fue burlada en un acuerdo pobre, que ni siquiera buscó clarificar los contenidos específicos de las metas de reducción y sin asegurar la vigencia del segundo período del Protocolo de Kyoto que tiene el mérito de establecer responsabilidades y compromisos diferenciados entre países desarrollados y en desarrollo.
En ese “clima” de engañoso consenso, las posiciones de principio, que reclamaron un acuerdo justo basado en la evidencia de la ciencia y en la necesidad de honrar la deuda climática acabaron siendo juzgadas como ¨radicales”. Ahora resulta que es “radical” respetar los principios de la Convención, que las responsabilidades históricas pasaron de moda, que la urgencia que demanda la ciencia es incongruente.
Mientras tanto la primera semana de la COP 16 el Foro Mundial de Vulnerabilidad lanzaba un informe que reporta que en 2010 al menos 350 mil personas han muerto por impacto directo del cambio climático y que en 2030 podríamos estar hablando de un millón de muertes en el mundo. Ya estamos hablando de un genocidio y no hay término más apropiado que éste pues esas muertes no son fruto de un castigo que cae del cielo, son fruto de la acumulación de emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera desde principios de la era industrial, que se ha agudizado desde hace unas 4 décadas y que bajo la Convención y el Protocolo de Kyoto y los reportes científicos del IPCC tiene responsables con nombre y apellido. Nosotros exigimos a los gobiernos que digan la verdad, que expliquen a sus pueblos las consecuencias del cambio climático, las promesas de un futuro seguro no son suficientes, lo que cuenta ahora son los hechos y las medidas reales para parar esta destrucción.
Muchos ahora se rasgan las vestiduras afirmando que los que más contaminan hoy son los países emergentes, que para nosotros no son ningún modelo, y que en el futuro los mayores contaminadores serán los países en desarrollo y argumentan que eso quita vigencia a los acuerdos de NNUU sobre el clima. Pero es fácil ahora acusarlos sin mencionar la deuda histórica ni los negocios que las empresas de occidente hacen en esos países aprovechando las condiciones favorables a sus intereses y la mano de obra barata que existe en esos países. Son precisamente las profundas asimetrías y el uso de las leyes del capital como las de propiedad intelectual y las reglas de inversión las que han facilitado a estos países ubicarse a años luz en tecnologías y matrices energéticas de bajo carbono.
Eso es lo que está en juego en las negociaciones, pero se prefiere mostrar una cáscara frágil para mantener el adormecimiento y la cultura de la impunidad que nos consume.
Los impactos los viviremos con mayor vulnerabilidad en los países del sur y, como siempre, serán los pueblos los que van a poner el hombro, siempre lo hacen, así como en Europa los trabajadores están sufriendo los impactos del ajuste perdiendo sus derechos laborales, así como los estudiantes europeos ven cada vez menores sus posibilidades y derechos de educación, así como los inmigrantes están sobrellevando la hostilidad, así como las mujeres cuidan de la vida, así como los pueblos indígenas defienden sus territorios, así como los miles de damnificados por las inundaciones y sequías están luchando por sobrevivir.
La solución está en los pueblos, y me atrevo a decir que la agenda propuesta por el Acuerdo de los Pueblos ha planteado una línea de trabajo fruto de una acumulación de luchas de experiencia y propuesta, es un espacio que con mayor legitimidad se atrevió a decir la verdad.
Nos queda hoy construir solidaridad para enfrentar la crisis y proteger a los más vulnerables, mantener la digna lucha por la justicia climática y terminar con la lógica de la impunidad.
*Elizabeth Peredo Beltrán es directora de la Fundación Solón, Bolivia.
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Fuente: La Jornada de Morelos
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