En concreto | Laura Itzel Castillo
A Felipe Calderón le gana el rencor, el odio. No lo puede evitar. Está en su naturaleza. Lo curioso es que adjudique a sus adversarios políticos sus propias fobias. Es el ladrón que, al verse descubierto en su pillería por la multitud, intenta escabullirse gritando para distraer la atención, mientras señala a otra persona: “¡Ese es el ladrón! ¡Agarren al ladrón!”.
La entrevista que concedió Calderón a Salvador Camarena en W Radio es digna del psicoanálisis. En primer lugar, revela su enorme cobardía. Su miedo más profundo. El terror que le tiene a Andrés Manuel López Obrador, a quien no ve como un adversario político, sino como un enemigo a destruir. Por eso insiste en identificarlo como “un peligro para México”.
Recordemos que esta frase, lanzada el 12 de marzo de 2006, dentro de la campaña sucia del PAN violó flagrantemente el Código Electoral.
Por tal motivo, la coalición “Por el bien de todos” entonces, demandó el retiro del mensaje y una sanción a sus emisores. Pero el Consejo General del IFE no atendió de inmediato la exigencia. Pretextó que no contaba con un procedimiento para actuar en el caso. Y cuando el 5 de abril el Tribunal Electoral dotó al IFE del instrumento cuya falta se aducía, el Consejo General todavía empleó varias semanas hasta concluir, el 26 de mayo, que la propaganda era “desproporcionada” y ordenó su retiro del aire. En otras palabras, la autoridad permitió que durante dos meses y medio se denigrara a un candidato, exponiéndolo al odio y al rencor de una porción de la sociedad.
Eso no es todo: probada la ilegalidad, lo que faltaba era la sanción. En 2006 no la hubo. El IFE se tardó dos años en emitir el castigo. Lo hizo hasta mayo de 2008. El Tribunal Electoral, por su parte, emitió su respectivo fallo hasta septiembre de ese mismo año. Ambos órganos calificaron la campaña sucia de Calderón como “una conducta grave” e ilegal.
Esa es la verdad legal. Y Calderón lo sabía. Por lo tanto, al insistir en su cantaleta del “peligro para México”, el panista incurrió en una conducta punitiva e ilegal. Es decir, se trata de un delincuente recurrente. Un violador contumaz de la ley. Como todos los sátrapas del mundo, Calderón insiste en la legalidad. Lo mismo hizo el traidor Victoriano Huerta después de asesinar al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.
Sin embargo, dada su personalidad autoritaria y su convicción absolutista, él se piensa ajeno al cumplimiento de la ley. Como se identifica con el Estado mismo, no siente obligación alguna a sujetarse al marco de la ley y al estado de derecho, a los cuales están obligados todos los ciudadanos de esta república. Me remito de nueva cuenta a la entrevista que concedió al periodista Camarena.
En ella, Calderón recordó la reciente decisión de las autoridades electorales, que lo señalaron nuevamente como infractor —aunque lo dejaran impune, pues no lo sancionaron de modo alguno—, al emitir mensajes en cadena nacional en vísperas de las elecciones locales de julio pasado. Según su sentir, “mutilar al Estado en su capacidad de explicar las cosas me parece un error garrafal”, “un acto que contraria la libertad de expresión”. Sus afirmaciones son gravísimas. Ninguna ley pretende silenciar al Estado ni mutilarlo en sus necesidades de comunicación, pues simple y sencillamente Calderón no es el Estado. Es el titular de uno de los tres poderes de la Unión, es decir, uno de los elementos que configuran el Estado.
En síntesis, Calderón dice: “el Estado soy yo”. Confunde a la persona con la autoridad estatal y eso sólo lo hacen quienes tienen una tendencia absolutista, fascista.
Por eso, el verdadero peligro para México es el odio de Calderón. Su personalidad autoritaria. Su absolutismo y su desprecio por la ley. En el fondo, todo tiene que ver con su ilegitimidad de origen que lo ha llevado a una absurda guerra civil, a un baño de sangre.
Fuente: El Universal
Difusión: Soberanía Popular
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