A cuatro décadas
Eduardo Ibarra Aguirre
Una noche de un 20 de noviembre, pero de 1968, partí de Río Bravo al Distrito Federal para instalarme aquí de manera definitiva, como es fácil constatarlo ahora y lo ignoraba entonces.
No fue aquella una decisión personal que sólo implicara dejar la pequeña población tamaulipeca, asentada entre Matamoros –mi tierra chica-- y Reynosa, y además sede de los comités regionales de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos, la Juventud Comunista de México y el Partido Comunista Mexicano.
Fue, sí, una decisión tomada por la dirigencia de la JCM que se encontraba severamente mermada al tener a la mitad de sus integrantes en Lecumberri, símbolo de la prisión política hecha método de gobierno por Gustavo Díaz Ordaz, tras el inicio del movimiento estudiantil popular de 1968 y no digamos con la derrota el 2 de octubre del mismo año.
Naturalmente que la decisión podía acatarse o declinarse, pero a los 18 años de edad cumplidos opté, sin titubear, por lo primero, pues desde hacía cuatro meses dedicaba mi tiempo a la organización juvenil, integrada mayoritariamente por campesinos y jornaleros, y en menor medida por obreros urbanos y estudiantes. También participaba en algunas tareas de la CIOAC y del PCM.
De tal suerte que cuando me informaron de la necesidad de trasladarme al Distrito Federal –México, a secas, le llamábamos por mis rumbos-- para contribuir junto a Raúl Ramos Zavala, de Monterrey, Nuevo León; Fabián González, de Guadalajara, Jalisco; Jaime Alcaraz, de Chilpancingo, Guerrero; y Antulio Ramírez, de Uruapan, Michoacán, a las tareas que mis compañeros encarcelados ya no podían realizar, no sólo me pareció fascinante sino un indescifrable reto que moralmente estaba obligado a afrontar.
No me importó, entonces, que a la mayoría de aquellos jóvenes presos sólo los conocía por el semanario La Voz de México y antes por la quincenal Política, que dirigía el inolvidable Manuel Marcué Pardiñas, y Nueva Vida. Exactamente igual que ahora. Aquí se aboga, documentándola periodísticamente, por la liberación de varios de los centenares de prisioneros de conciencia y políticos, y por todos ellos juntos por medio de la ley de amnistía general que impulsa la incansable Rosario Ybarra de la Garza, sin reparar en la exquisitez del trato personal o no.
Claro está que el compromiso que adquiría era radicalmente superior a la indispensable abolición de la prisión política como institución del autoritarismo presidencial. Se trataba de sustituir en el quehacer a jóvenes universitarios que bregaban con mejores instrumentos del conocimiento que yo y mayor experiencia por la transformación socialista de México.
Ni siquiera reparé en aquellas evidentes diferencias y no precisamente por soberbia, sino porque cuando los deberes políticos, ideológicos o simplemente éticos se presentan en la vida, se afrontan o no. Y se invierten los mejores esfuerzos.
Además resultaba enigmático cambiar el norte de Tamaulipas como centro de operación por la megalópolis que, aunque previamente había visitado en tres ocasiones, era una gran desconocida que todavía no acabo de recorrer.
Instalado en el DF, mi tarea principal consistió, durante poco más de cuatro años, en visitar a los comités del noreste, el centro y el noroeste de la República, y la capital sólo era punto de rendición de cuentas, recepción de lineamientos y de partida.
Cuatro décadas después, sin aquella temprana y acertada decisión juvenil, reforzada también con mi inicio en el tan riesgoso como fascinante y adictivo oficio de escribidor, en abril de 1970 en la revista semanal Oposición, seguramente no estaría ahora frente a la pantalla de la computadora, instalado en el rescate de estos recuerdos más colectivos que personales, para compartirlos con usted, generoso y paciente lector de Utopía.
Acuse de recibo
Análisis de la contrarreforma laboral de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, coordinado por José Antonio Almazán González; El petróleo en la historia y la cultura de México, bajo la coordinación de José Alfonso Suárez del Real y Aguilera; y El debate constitucional sobre la reforma de Pemex: conclusiones y propuesta, coordinado por el primero, son los libros que hizo llegar a Utopía el Grupo Parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados… El periodista y escritor tamaulipeco Gerardo Unzueta Lorenzana informa a los lectores de este espacio que después de tres meses de relativa ausencia periodística en El Universal y gracias a tres operaciones ópticas realizadas en el Hospital de Oftalmología del Centro Médico, se reincorpora “viendo de más” para “volver a las utopías que tanto amo y que tú cultivas con empeño.”… La reportera y feminista, luchadora social más allá del género y mujer de origen mazahua, Sara Lovera López inicia la odisea de superar las cuatro décadas en el periodismo con vigor y creatividad en nuevos proyectos individuales y colectivos.
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