domingo, 7 de septiembre de 2008

LA LLAMA SECRETA DEL FUEGO BOLIVARIANO

Por Ana Lydia Vega / El Nuevo Día

El fin de semana pasado, embestimos el tapón de la Vuelta del Pendejo y llegamos, a paso de tortuga, hasta el Viejo San Juan. Valió la pena el sacrificio. En el patio del Cuartel de Ballajá, tepe a tepe de gente entusiasta, nos esperaba tamaño banquete.

Admiro y disfruto enormemente el arte de la improvisación. Mi padre, nacido en el barrio Pulguillas de Coamo, trabajaba la décima con gracia y destreza. Por haberme acompañado desde la infancia, la métrica de la espinela se me infiltró en el sistema circulatorio. La voz quejosa del trovador desgranando el verso de embocadura siempre me acelera el corazón.
El don de improvisar cantando requiere concentración, ingenio, retentiva y soltura.

Espontaneidad no es sinónimo de facilidad. En cuestión de segundos, el buen improvisador tiene que realizar el trabajo que pudiera tomarle horas al poeta escritor. La tiranía de la forma, la contundencia del contenido y la presión de la audiencia abultan la nómina de las exigencias. Para colmo de colmos, hay que acatar la máxima que sentencia sin misericordia: cantar bien o no cantar.

La poesía oral conocida como "música típica" - término restrictivo que la condena al gueto de lo folclórico - no goza aquí de gran difusión. Fuera de la temporada navideña, apenas suena en la radio. De no ser por los concursos y festivales que de vez en cuando congregan a sus seguidores, podría pensarse que ha ido a parar al vertedero del olvido. Por suerte, sigue viva entre los que la estiman y la cultivan por encima de modas y prejuicios.

En un país tan derramado y apretado en San Juan, la cultura de esa dimensión desconocida llamada "la isla" inspira apreciaciones contradictorias: o se rechaza por anticuada o se añora por idealizada. Adicta al gusto globalizado, la preferencia capitalina relega la trova de origen campesino a una función puramente evocativa, casi terapéutica. Es como si quisiéramos arrancar de una vez nuestras viejas raíces y, simultáneamente, aferrarnos a ellas.

Por eso me ha parecido tan acertada la celebración del "Encuentro internacional de la décima y el verso improvisado" convocado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Venidos de Argentina, Chile, Uruguay, México, Venezuela, Panamá e Islas Canarias, payadores y repentistas de alta calidad se aliaron a los trovadores boricuas para dejar evidenciadas la belleza, la versatilidad y, sobre todo, la vigencia de un arte tan noble como antiguo. El desfile deslumbrante de instrumentos -cuatro, tiple, güiro, laúd, bándola, mandolina, jarana, vihuela, guitarra, guitarrón…- encabezó el de los ritmos y tonadas de cada país. Una proliferación de géneros -son, seis, aguinaldo, polo, punto, gaita, milonga, huapango…- cobijó y transportó con brío y delicadeza el cuerpo recio de la décima.

Muchos momentos memorables ofreció el encuentro: los "salomas" pegajosos de los panameños, el diálogo de los mexicanos entre rap y tradición, la chispa inagotable del canario Yeray Rodríguez, el dramatismo intenso de la argentina Marta Schwindt, las ocurrencias hilarantes de nuestro Casiano Betancourt, el vídeo reivindicativo de los cubanos sin visa, la despedida en verso de todas las delegaciones…

Los estilos brillaron por su diversidad. Con un registro amplísimo que iba desde la melancolía hasta la picardía, las voces de los cantores - melodiosas, robustas, quebradas, gangosas, agudas - impartieron el soplo divino a las composiciones. La declamación, oficio de extenso linaje en España y América Latina, también reclamó su merecido sitial.

El público, que nunca escaseó, se lució cantando estribillos, batiendo palmas y produciendo pies forzados a voluntad. Su participación fue casi tan enérgica como la de los artistas. Ante las proclamaciones soberanistas y bolivarianas que con frecuencia puntuaban discursos, poemas y canciones, la unanimidad del aplauso - con abundancia de ojos aguados y ovaciones de pie - me dejó un poco desconcertada.

Allí, por ley de probabilidades estadísticas, tenía que haber personas de todas las afiliaciones políticas. Lo fascinante es que, aun así, no pudieran sustraerse al contagio de aquella poderosa fiebre vital. Más allá de todo razonamiento ideológico, alguna verdad evasiva y tenaz forzó las compuertas del sentimiento para liberar un inmenso caudal represado.

El arte no necesita intermediarios para hablarle a la emoción. Cuando se juntan música y poesía en sabio maridaje y justa ejecución, se atiza la llama secreta que arde en lo más hondo y auténtico de nuestra intimidad.

Fuente: Alternativa Bolivariana.

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