jueves, 17 de julio de 2008

La sociedad parasitaria


Rafael Luviano

rafaeluviano@hotmail.com

En la antigua Grecia, los parásitos eran los altos funcionarios encargados de verificar la cosecha de trigo y la preparación del pan, así como los banquetes en homenaje a los dioses. Más tarde la designación se extendió a toda clase de huésped y a los invitados a las fiestas, por su sentido etimológico de ‘comensal’. En efecto, la palabra griega está compuesta por el prefijo para (al lado de) y sitos (trigo, pan, comida).

En la actualidad, un parásito podría ser todo político que chupa la sangre de las instituciones sin contribuir a la supervivencia de la República. Un parásito se instala en el logro de los demás y se sostiene gracias a una gestión del poder en instituciones o ámbitos públicos sin dar nada a cambio, desplegando influencia sobre el ejercicio del poder a través de fraudes electorales u otros medios que son como un continente de secretas truculencias, ahora muy bien aprendidas por la clase política de esta efebocracia en el poder.

Hay parásitos plurinominales que llegan a las cámaras sin el menor esfuerzo y son los mandamases del Poder Legislativo; hay parásitos expertos mercaderes del cargo. Es decir, los hay de todos los colores y a todos los niveles.

También hay parásitos vivillos desde chiquillos que exprimen los cargos y acumulan fortunas tan cuantiosas que duran hasta para mantener a la quinta generación de sus descendientes.

Hay parásitos futuristas que sólo miran al 2009 o al 2012 y en ello ocupan su tiempo y los recursos públicos. Las tareas asignadas pueden esperar y pronto se convertirán en la oferta política de los parásitos que vienen detrás.

Y en estos momentos de crispación, de crisis económica, de desempleo y carestía galopante, cuando la violencia minó la tranquilidad ciudadana, el debate petrolero parece ser lo único importante.

De un lado están los privatizadores que buscan mercar a la mayor brevedad lo escriturado por el diablo y por otro, los nacionalistas dizque dispuestos a saltar desde el alcázar de Chapultepec si hay privatización. Y en último término, como siempre, están las mayorías silenciosas, los ciudadanos de a pie.

Ahora con la consulta sobre la reforma petrolera, el mundillo parasitario revolotea. Sea a favor o en contra. Todos buscan llevar agua a su molino.

¿Y la Cheyenne apá? Porque ambos bandos dicen: “Mijo, algún día todos los beneficios petroleros serán suyos”. Sí chucha, algún día, pero el día del juicio, porque hoy Pemex es el apetitoso botín de unos cuantos.

¿Acaso la reforma petrolera bajará los precios de gasolinas o la corrupción sindical en Pemex? ¿Acaso los gasolineros dejarán de dar litros de 800 mililitros o el gobierno informará sobre el destino de los excedentes? Se vale soñar. Y mientras los parásitos modernos se creen sus propios cuentos, en esta gran farsa, los convidados de piedra de siempre, ahora han sido estimulados a formar parte… pero de la escenografía.

Todo sea por homenajear a los dioses del poder, no importa que sea con el incienso del libre mercado, o del nacionalismo.

Lo curioso es que en la sociedad parasítica, un buen parásito, por capacidad de supervivencia nunca destruye a su anfitrión y esto lo vemos a niveles de los más pequeños protozoarios, hasta insectos como pulgas o gusanos, siempre buscando la supervivencia del organismo superior, pues esto de manera instintiva les permitirá siempre coexistir. Lo cual no ocurre a nivel del ser humano: capaz de destruir el manto protector, sin el mayor reparo.

Ejemplos tenemos muchos en nuestra cofradía de políticos y empresarios, cuya capacidad de vivir de las instituciones es tan patológica, como la garrapata lo hace sorbiendo la sangre de su benefactor hasta llegar a provocarle la muerte. Todo lo contrario a lo que llamamos gratitud o una capacidad intuitiva de conservación, aunque a esto también se le llama estupidez y de estos está lleno el reino de la grilla.

Si no, volteen a mirarlos, a evaluar los perjuicios de su actuación: triste y deshojada, plagada de errores, como la muerte de una docena de jóvenes por una errónea actuación policiaca (no aprendimos nada del túnel 29 del estadio de Ciudad Universitaria, ni del Lobombo); como decenas de operativos militares en contra del crimen organizado, que han cobrado miles de víctimas; como tantas decisiones tomadas en torno a la economía –llovidas de dosis ocurrente y demagogia– y que nos tienen al borde de un desastre mayúsculo; como los negocios de Mouriño, al amparo del poder y de centenares de servidores públicos, a todos los niveles; como los juegos de la ambición desmedida, tejidos de oscuridades y como los soberbios desplantes de los usufructuarios del poder, que imaginan que nunca se les va a acabar el juguetito y que cuando lo dejan sueñan con algún día regresar.

Capaces de empeñar su alma al diablo con tal de sentir la facultad para cambiar la realidad, aunque en ocasiones no puedan cambiar ni siquiera la suya y todo se quede en una ensoñación mediática o un juego de palabras que caiga en la vulgar demagogia. En fin, en cualquier lugar se cuece un parásito y nuestra sociedad está plagada de estos ejemplares. Para muestra sólo algunos botones. Todos a la vista y que son muy fáciles de detectar. Sólo volteen a mirarlos, ellos solos se descubren.


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