La invasión estadounidense a Panamá, acaecida el 20 de diciembre de 1989, es uno de los episodios más desgarradores y traumático de toda la historia panameña, sólo comparada con los horrores de la conquista hispana,
A dieciocho años de este hecho trascendental de la historia latinoamericana, aún sus consecuencias son manifiestas en la sociedad panameña, sobre todo entre los miles de afectados por las heridas psicológicas y físicas de la guerra. Esto se agrava en la medida en que los distintos gobiernos e instituciones, que deben garantizar el bienestar común de la población, han tirado un manto de olvido y sostenida intención de borrar la tragedia de la invasión, dejando así a las victimas sin posibilidad de confrontar lo ocurrido y superar mediante la verdad sus traumas: pérdida de familiares, esposos, hijos, padres, abuelos, amigos, hogares, profesiones, negocios, relaciones sociales, forma de vida, sus barrios, su vecindad. Ni siquiera se conoce a ciencia cierta la cifra de muertos y desaparecidos de esta intervención militar, en donde los civiles fueron los más afectados y los verdugos señalan a las víctimas como culpables.
En este contexto, Ricaurte Soler escribió en su obra La invasión estadounidense a Panamá que “... Durante 72 horas El Chorrillo permaneció incomunicado. Los norteamericanos pagaban 6 dólares por cadáver entregado. Un testigo dice haber acarreado 200 para que le pagaran. En bolsas de plásticas fueron lanzados cadáveres al mar con bombas de inmersión. Tres camiones refrigerados de
Fosas comunes, fusilamientos, campos de concentración y refugiados, retenes militares, toques de queda, ocupación, todos estos conceptos de guerra y destrucción desconocidos para la población, de un día para otro fueron el común denominador. Los recuerdos, memorias y heridas aun persisten.
En silencio cada victima, testigo y protagonista se enfrentan con su verdad, amordazados y sin escape, mujeres en espera de sus maridos, padres en espera de sus hijos... para abrazarlos, para besarlos... o sepultarlos dignamente... cristianamente... pero aun a dieciocho años lloran por su ausencia, por su partida intempestuosa... llanto...y más llanto sin lagrimas, se han acabado de tanto sufrimiento...llanto árido, por su huida, secuestro, desintegración o quien sabe qué..... Miles también perdieron sus hogares, familias completas aplastadas por tanques en su escape raudo del epicentro de fuego y muerte, ametrallados en retenes militares.... El Chorrillo en llamas... Recuerdo a la poetiza Amelia Denis de Icaza que en 1906, henchida de amor patriótico exclamó profetizando la tragedia ochentaitres años atrás: “¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente al pisarla un extraño se secó? Su cristalina, bienhechora fuente en el abismo del no ser se hundió ”… ahora más bien desapareció de la faz del planeta, hasta las ruinas de Panamá
Ante ese manto de oscuridad e intento de borrar los hechos y las consecuencias de
Aun en Panamá no se conoce la verdad sobre la invasión, y son precisamente los culpables y cómplices de los responsables quienes la ocultan, y paradójicamente señalan a las victimas como responsables de este genocidio, sin embargo, estas personas son heroínas y héroes, 18 veces héroes...216 meses y 6570 días con casi 157,680 horas de heroicidad, cada año que pasen sin justicia y sin decoro se multiplicara su vitalidad. Que lo sepa todo el mundo, los niños, adolescentes, mujeres y hombres, negros, nativos, cholos, mestizos, campesinos, obreros, profesionales, desempleados, marginados, oligarcas, empresarios...los neoliberales y antineoliberales desde el estrecho Bering al de Magallanes.
Con información de AIPIN
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