Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
20 de diciembre de 2007
A diez años de Acteal
Me sigue doliendo profundamente. Porque fue una matanza despiadada, cruel e inhumana. Y porque todavía sigo creyendo que pudo evitarse. Si hubiéramos hecho caso de aquellas voces que en el reportaje que presenté 15 días antes nos lo dijeron a las claras: “...son los prillistas que echan bala...y nos quieren matar”.
Todavía están vivos en mi memoria los que después estarían muertos: rodeándome con sus rostros llenos de terror y sin rastros de esperanza; resistiendo el viento helado; con el agua empapándoles el alma y los pies hundidos en el barro. Carlos Fuentes dirá después que parecían imágenes de Auschwitz. Y es que aun viéndolo era difícil de creerlo: ¿Qué los había llevado allí? ¿De que tamaño tendría que haber sido su miedo para subir hasta lo alto de aquel cerro? Eran las preguntas que mis compañeros y yo nos hacíamos desde que empezamos la búsqueda de estas Abejas que habían huido montaña arriba empujados por las amenazas de muerte. Encontrarlos fue un suplicio. Porque la niebla te hace irreal el mundo, la lluvia y el frío como quiera los enfrentas, pero el lodo chiapaneco es un enemigo implacable que te saca las lágrimas de la pura fatiga. Y eso fue sólo el preludio del llanto. Porque cuando al fin los encontramos yo dije algo que ni antes ni después diría en la vida: ¡Dios bendito! Y Rodolfo Guzmán se echó a llorar. Y todos fuimos recibidos por el silencio.
Alguna vez Marcos me dijo que estaba tocado por la maldición de Casandra, la que presagiaba tragedias. Y es que todo lo que pasó después me lo advirtieron aquel día.
Luego ocurrieron muchas cosas: el reportaje fue muy impactante y se bloqueó el conmutador pidiendo su repetición; del gobierno salió la versión de que todo había sido un montaje; que yo había hecho el guión en San Cristóbal junto con los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera; que la filmación la había dirigido Oliver Stone porque era amigo de Marcos; que otra vez yo intentando desestabilizar al gobierno zedillista igual que dos años antes con el video de Aguas Blancas; que eso me inhabilitaba definitivamente para conducir el noticiero estelar nocturno. Total que me recetaron un exilio temporal porque “en la presidencia y gobernación están furiosos contigo”...”Que la situación la tienen bajo control y que tomarán medidas preventivas”.
No hicieron nada de eso. Pero sí auspiciaron la masacre. A mi retiro forzado en el extranjero me avisaron quince días después. Fue mi primer renuncia antes de un regreso inmediato a México, a Chiapas y a Acteal por supuesto. Apenas a tiempo para entrevistar a los de la Cruz Roja, a los sobrevivientes, a don Samuel, a Don Raúl, a Ituarte. Y reconstruir los hechos y enterarme de lo cruenta y larga que fue la matanza. Seis horas desde que llegaron a las 10 y media de la mañana de ese 22 de diciembre a disparar a mansalva a los que dentro y fuera del templo estaban rezando por la paz. Y como los persiguieron por veredas y hondonadas para dispararles hasta el hartazgo. 45 muertos entre niños, mujeres y hombres. Luego como el gobierno estatal trató de esconder los cuerpos y lavar la sangre del escenario del crimen. Y las evidencias que fueron surgiendo de la complicidad de los policías que oyeron por medio día la balacera y no hicieron absolutamente nada. Y los funcionarios del gobierno chiapaneco que tampoco hicieron nada, pesar de los llamados de alarma. Y finalmente la convicción de que esto era parte de una guerra de baja intensidad en la que desde los gobiernos estatal y federal y a través del Ejército y las policías judiciales se entrenó, equipó y armó a grupos paramilitares como Paz y Justicia, Máscara Roja y Los Chinchulines para hostigar y sembrar el terror y la muerte en las comunidades que simpatizaban con el alzamiento zapatista del 94. Una táctica desbordada con la masacre y que generó las renuncias del gobernador Julio César Ruiz Ferro y del secretario de Gobernación Emilio Chuayfett, de infausta memoria. Una justicia a medias. Porque ni ellos ni el principal responsable de este crimen de lesa humanidad, Ernesto Zedillo, serán jamás castigados, salvo por la memoria de todos nosotros.
Todavía están vivos en mi memoria los que después estarían muertos: rodeándome con sus rostros llenos de terror y sin rastros de esperanza; resistiendo el viento helado; con el agua empapándoles el alma y los pies hundidos en el barro. Carlos Fuentes dirá después que parecían imágenes de Auschwitz. Y es que aun viéndolo era difícil de creerlo: ¿Qué los había llevado allí? ¿De que tamaño tendría que haber sido su miedo para subir hasta lo alto de aquel cerro? Eran las preguntas que mis compañeros y yo nos hacíamos desde que empezamos la búsqueda de estas Abejas que habían huido montaña arriba empujados por las amenazas de muerte. Encontrarlos fue un suplicio. Porque la niebla te hace irreal el mundo, la lluvia y el frío como quiera los enfrentas, pero el lodo chiapaneco es un enemigo implacable que te saca las lágrimas de la pura fatiga. Y eso fue sólo el preludio del llanto. Porque cuando al fin los encontramos yo dije algo que ni antes ni después diría en la vida: ¡Dios bendito! Y Rodolfo Guzmán se echó a llorar. Y todos fuimos recibidos por el silencio.
Alguna vez Marcos me dijo que estaba tocado por la maldición de Casandra, la que presagiaba tragedias. Y es que todo lo que pasó después me lo advirtieron aquel día.
Luego ocurrieron muchas cosas: el reportaje fue muy impactante y se bloqueó el conmutador pidiendo su repetición; del gobierno salió la versión de que todo había sido un montaje; que yo había hecho el guión en San Cristóbal junto con los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera; que la filmación la había dirigido Oliver Stone porque era amigo de Marcos; que otra vez yo intentando desestabilizar al gobierno zedillista igual que dos años antes con el video de Aguas Blancas; que eso me inhabilitaba definitivamente para conducir el noticiero estelar nocturno. Total que me recetaron un exilio temporal porque “en la presidencia y gobernación están furiosos contigo”...”Que la situación la tienen bajo control y que tomarán medidas preventivas”.
No hicieron nada de eso. Pero sí auspiciaron la masacre. A mi retiro forzado en el extranjero me avisaron quince días después. Fue mi primer renuncia antes de un regreso inmediato a México, a Chiapas y a Acteal por supuesto. Apenas a tiempo para entrevistar a los de la Cruz Roja, a los sobrevivientes, a don Samuel, a Don Raúl, a Ituarte. Y reconstruir los hechos y enterarme de lo cruenta y larga que fue la matanza. Seis horas desde que llegaron a las 10 y media de la mañana de ese 22 de diciembre a disparar a mansalva a los que dentro y fuera del templo estaban rezando por la paz. Y como los persiguieron por veredas y hondonadas para dispararles hasta el hartazgo. 45 muertos entre niños, mujeres y hombres. Luego como el gobierno estatal trató de esconder los cuerpos y lavar la sangre del escenario del crimen. Y las evidencias que fueron surgiendo de la complicidad de los policías que oyeron por medio día la balacera y no hicieron absolutamente nada. Y los funcionarios del gobierno chiapaneco que tampoco hicieron nada, pesar de los llamados de alarma. Y finalmente la convicción de que esto era parte de una guerra de baja intensidad en la que desde los gobiernos estatal y federal y a través del Ejército y las policías judiciales se entrenó, equipó y armó a grupos paramilitares como Paz y Justicia, Máscara Roja y Los Chinchulines para hostigar y sembrar el terror y la muerte en las comunidades que simpatizaban con el alzamiento zapatista del 94. Una táctica desbordada con la masacre y que generó las renuncias del gobernador Julio César Ruiz Ferro y del secretario de Gobernación Emilio Chuayfett, de infausta memoria. Una justicia a medias. Porque ni ellos ni el principal responsable de este crimen de lesa humanidad, Ernesto Zedillo, serán jamás castigados, salvo por la memoria de todos nosotros.
PD. Por vacaciones, nos volvemos a encontrar el jueves 10 de enero. Por lo pronto estaré en Acteal. Y felicidades, de todo corazón.
VIDEO. ACTEAL A 10 AÑOS
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