jueves, 8 de noviembre de 2007
Semblanza y correspondencia de Juárez (3)
Juárez y la Dictadura
Juárez murió al fin, en julio de 1872. En el momento mismo en que el pueblo lloraba su muerte,se organizaban, nuevamente, los enemigos de su obra. Hubo cuatro años de silencio, de amnistía y de respeto. Mas la dictadura que asaltó el poder, al cabo de ese breve tiempo, junto al cadáver de Juárez ordenó enterrar el cuerpo agonizante de la Constitución. Y Reforma y reformador hicieron huesos en la misma tumba.
Aquella recia dictadura organizó levas para el ejército, las fábricas, las minas, los latifundios, y con ello dio estructura a la prosperidad de una sola industria: la esclavitud de la nación. Se creó la ficción de un gobierno sin política y mucha administración, y un simulacro de paz cuyos tambores batían los propios brazos de la miseria.
Juárez y la Revolución
Mas comenzaron a salir de la tumba las viejas voces de la Reforma. Y el pensamiento liberal empezó a llamar a las muchedumbres de 1910. La voz de Ignacio Ramírez clamaba otra vez por una paz en la libertad. Altamirano reclamaba la terminación de su obra: libertad en la cultura. Ocampo urgía con su ejemplo el ingreso de la inteligencia en todos los frentes de la justicia. Y Ponciano Arriaga seguía exigiendo una legislación obrera y una Constitución de la tierra.
Se alistaron los nuevos ejércitos y se alzaron las nuevas estructuras. Y sucedía que así como el triunfo de la Reforma fue celebrado con las notas bélicas de La marsellesa, también las músicas de Francia saludaban la entrega de la tierra al paso de las tropas de Lucio Blanco, creyendo que ese acto de justicia estaba inspirado en los Derechos Fundamentales del Hombre, sin saber que la Revolución mexicana venía escribiendo las primeras letras de los nuevos derechos sociales del pueblo.
Al abrir la tumba de Juárez, la Revolución rescató la Constitución olvidada. En tantos años de sepultura, en tantos años sin uso, se habían borrado muchos de sus preceptos, al paso incontenible de las nuevas ideas y las nuevas necesidades. Pero en su cuerpo la libertad había grabado sus pensamientos eternos y , al fundirse en un solo espíritu la Constitución de la Revolución y la Constitución de Juárez, el ciudadano quedó armado para sus deberes y el campesino para sus labranzas; el obrero quedó escudado para sus luchas y la mujer para la ternura de sus ideales y de sus fatigas. Amparado quedó todo mexicano contra el riesgo de las arbitrariedades, y la nación misma quedó amparada contra el peligro de las tiranías.
La Constitución no es, hemos de repetirlo, una panacea para todas las dichas. Es sólo una norma y un programa contra todas las miserias. Los impacientes quisieran exigir a la revolución, en 40 años, los frutos que no pudo alcanzar la Colonia en tres siglos de esclavitud y la Independencia en 100 años de libertad.
Ya en octubre de 1858, en su Manifiesto a la Nación lanzado en Veracruz, Juárez, con una lúcida conciencia social, preguntaba a los impacientes de su época:
¿Nacen perfectos por ventura los pueblos o los individuos? Y aun los que más han adelantado en la civilización y se han procurado un ambiente para determinadas clases, ¿han llegado, por viejos que sean, a la perfección social? ¿La Inglaterra, tan justamente celebrada por la sabia libertad que ha sabido dar a la mayor parte de sus hijos, no está minada hoy todavía después de tantos siglos de civilización y creciente prosperidad, por sus millones de pobres, por sus dificultades en Irlanda y por sus insurrecciones de la India?
Juárez y la paz de América
El ideal de paz en el derecho que Juárez proclamó ha cobrado nueva vida en los conflictos que hoy confronta la humanidad entera. Las razones de esta lucha han invadido lo mismo el íntimo círculo de los hombres que la esfera total de las naciones. Hay una nueva fórmula de paz en el mundo: la paz armada, que erige sobre cada hombre y sobre cada pueblo el filo terrible de una consigna: ¡Déjame existir para que existas tú!
La coexistencia es la fórmula de una paz física, aceptada y vivida por el temor. En cambio, la paz que Juárez buscaba no era una paz para coexistir sino para convivir, es decir, para vivir plenamente. Y la convivencia humana requiere un armonioso concierto de las voluntades y de los espíritus. Es una paz que no puede ganarse con la sola delimitación de fronteras, el dominio de zonas de influencia y la amenaza de las nuevas armas nucleares. Es una paz basada en los valores de la conducta.
Por eso la voluntad de Juárez, después de muerto, es todavía una voluntad que delibera y lucha. Por eso cuando termina la última guerra y la Conferencia Interamericana resuelve "como un homenaje de todas naciones del continente al pueblo y al gobierno de los Estados Unidos Mexicanos", efectuar un acto público ante la estatua del Benemérito de las Américas, licenciado Benito Juárez, es porque en la declaración de México triunfa en sus preceptos fundamentales el pensamiento de Juárez. Para confirmarlo, leamos estas declaraciones del Acta de Chapultepec:
Los Estados americanos no reconocen la validez de la conquista territorial. Los Estados americanos reiteran su ferviente adhesión a los principios democráticos, que consideran esenciales para la paz de América. El fin del Estado es la felicidad del hombre dentro de la sociedad. Deben armonizarse los intereses de la colectividad con los derechos del individuo. El hombre americano no concibe vivir sin justicia. tampoco concibe vivir sin libertad.
Asimismo, cuando las naciones de América firman en Río de Janeiro el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, el pensamiento de Juárez ilumina sus principios:
El orden internacional está esencialmente constituido por el respeto a la personalidad, soberanía e independencia de los Estados y por el fiel cumplimiento de las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional. Los Estados americanos condenan la guerra de agresión: la victoria no da derechos. La agresión a un Estado americano constituye una agresión a todos los demás Estados americanos.
Para comprobar la exacta coincidencia de los nuevos principios americanos con el pensamiento de Juárez, basta recordar la honrosa constancia que el Benemérito dejó al rendir su Informe ante el Congreso, al abrir éste su primer periodo de sesiones el 15 de abril de 1862:
Las repúblicas americanas dan muestras de comprender que los sucesos de que México está siendo teatro, afectan algo más que la nacionalidad mexicana, y que el golpe que contra ella se asesta heriría no sólo a una nación sino a todo un continente.
Por eso mismo también, México luchó dignamente porque la vigencia de esos principios quedase consagrada en la Carta de los Estados Americanos suscrita en Bogotá.
Todo lo que significan las ideas de Juárez dentro de nuestra Constitución como norma de respeto a las garantías individuales, en el campo internacional, cobran espíritu y cuerpo en la Carta de Bogotá, al declarar:
El orden internacional está esencialmente constituido por el respeto a la personalidad de los Estados. Todo Estado americano tiene el deber de respetar los derechos de que disfrutan los demás Estados, de acuerdo con el derecho internacional. El derecho que tiene el Estado de proteger y desarrollar su existencia, no lo autoriza a ejecutar actos injustos contra otro Estado.
También en la patria de Bolívar se alzó la voz de México en la Décima Conferencia Interamericana, para señalar que "la liberación del temor, la liberación de la necesidad, la libertad de credos religiosos y de pensamientos, fueron estandartes de la lucha que gallardamente sostuvieron las Naciones Unidas. Y que su negación o su olvido retardaría y ensombrecería la evolución política de nuestros pueblos".
Consciente de estos peligros, la voz de los mexicanos recordó a los países de América las palabras del presidente Ruiz Cortines, en la presa Falcón, dictadas por una profunda convicción juarista:
Debemos contribuir a que la atmósfera de crisis que predomina en los asuntos mundiales no divida a los países de este continente. Deseamos que, fieles al pensamiento de nuestros héroes y patricios, resueltos todos a engrandecer nuestras democracias con el ejercicio efectivo de la democracia, permanezcamos unidos en el culto de la soberanía de los pueblos y del derecho inviolable que les asiste al pleno goce de sus libertades civiles y políticas.
La misma voz mexicana señaló a los representantes de los países americanos la conducta que el presidente Ruiz Cortines ha dado a su gobierno, guiado por su fervoroso credo de respeto a las libertades del hombre, al expresar ante este Congreso:
Estoy cierto de que menores males causa a la República el abuso de las libertades ciudadanas, que el más moderado ejercicio de una dictadura.
Yo considero, por ello, que no sólo por el alto deber de su cargo sino por un noble derecho ganado por su alentadora firmeza cívica, don Adolfo Ruiz Cortines, como presidente y como digno ciudadano, presente o ausente, acompaña y preside en todos estos actos la devoción juarista de su pueblo.
Recuerdo que al hablar a su nombre en la ciudad de Oaxaca expresé su saludo a la multitud ciudadana, diciendo que así como ellos vivían en esos momentos a la sombra frondosa de sus laureles centenarios, la República vivía a la sombra eterna del pensamiento del indio Benemérito.
Al día siguiente, al hablar nuevamente en Huajuapan de León y al darme instrucciones para pronunciar el discurso, me ordenó con cariñosa y enérgica sencillez:
Dígales que no solamente vivimos a la sombra del pensamiento de Juárez, sino bajo el mandato de su ejemplo. Que si ellos me han otorgado el título honroso de ciudadano oaxaqueño, es porque saben que soy juarista y, si me sienten juarista, es porque saben que por ser presidente de México soy servidor del pueblo y un soldado de la Constitución.
Por decisión expresa del presidente Ruiz Cortines, nuestro representante en la Asamblea de Caracas hizo una justa síntesis de los deberes a que deben dar cumplimiento los países de este continente:
Nuestro programa de acción ha de ser: defender la democracia sin coartar su ejercicio efectivo, proteger nuestras instituciones sin conculcar la libertad y el respeto a los derechos humanos, robustecer la solidaridad continental sin menoscabar la soberanía y la independencia de cada Estado. Podemos y debemos desarrollar este programa mediante la aplicación de métodos y procedimientos dignos de nuestra época, alejada ya por ventura de la inquisición, de los autos de fe, de los intentos siempre fallidos de reglamentar la conciencia y el pensamiento de la humanidad.
Igualmente, en la última Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando al tratarse el tema de Argelia el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, urgiendo la solución del conflicto, emitió las palabras de don Benito Juárez: "Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz", como un ejemplo para poder llegar a un acuerdo en este caso, el representante de México ante dicho organismo mundial, al hacer la explicación del voto de México, agradeció al canciller de Francia aquella cita, y expresó que la misma puede servir como norma para la solución , no solamente del caso de Argelia, sino de cualquier conflicto entre naciones, para que la humanidad goce de una más justa convivencia.
A la luz de tales testimonios hemos declarado, al iniciar este discurso que honrar la muerte de Juárez es honrar la vida del más universal de los mexicanos. Y lo es, precisamente, por ser tan profundamente mexicano. En ninguna voluntad de mexicano se ha dado, como en la de Juárez, la voluntad estoica de su pueblo; en ningún rostro de mexicano como en el de Juárez, se ha dado el rostro humilde y recio del pueblo mexicano; en ningún espíritu se ha dado, como en el de Juárez, la fuerza heroica y tenaz del alma mexicana. El pueblo es la naturaleza de Juárez y Juárez es el árbol glorioso donde florecen todas las virtudes de su pueblo.
Y habremos de proclamarlo siempre: en la teoría de los fundadores de México, Cuauhtémoc es el gesto, Hidalgo es la fe, Morelos es la acción, y Juárez es la conciencia de la patria.
Semblanza y correspondencia de Juárez
Fondo de Cultura Económica
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