martes, 20 de septiembre de 2011

El Libro de Cordilleras de Coatepec, la historia de la Iglesia como cogobierno en México


RAMÓN MORENO ALVARADO - LUNES, SEPTIEMBRE 19, 2011

El Libro de Cordilleras de Coatepec, transcripción paleográfica de José Roberto Sánchez Fernández, es uno de los pocos textos que con motivo del bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución tratan de reconstruir la historia regional pero, sobre todo, ayuda a formarse una idea del doble papel que la Iglesia católica ha jugado en nuestro país: como formadora de una identidad criolla diferente a la indígena con una carga hegemónica de la España feudal y, por otra, como liberadora de la opresión política y económica de la Corona y del Clero. Es decir en su carácter de intelectual orgánica en el periodo de formación de los nacionalismos.

El paciente y cuidadoso trabajo de transcripción de las 297 “Cartas cordilleras” que hizo el autor, de los documentos oficiales enviados a los sacerdotes parroquianos con el fin de darles a conocer disposiciones de carácter legal, organizativo, de la liturgia religiosa, de solicitud de informes de actividades cotidianas que tenían relación con el fuero real y papal que enviaba el Obispado de Puebla de Los Ángeles a las 247 parroquias de esta diócesis desde 1765 hasta 1832.

En este periodo de 67 años que marca la transición del fin de la etapa colonial, la guerra de Independencia y los primeros años de la nación independiente siempre en conflicto, nos muestran a la Iglesia desde dentro, trozos de historia de ese papel contradictorio que intentaron tomar como proyecto y el que realmente tuvieron en la consolidación de una nación construida con una compleja amalgama donde se conjugan la espada, el discurso de logias masónicas impulsoras del liberalismo o conservadoras de los privilegios de la nobleza europea y de resistencias a los cambios que imponen las diferentes generaciones.

También en estos años es posible comprender el contexto en el que se movían los actores políticos y sociales, como la falta de medios de transporte que permitiera el intercambio de mercancías, también eran un obstáculo para la circulación de ideas nuevas y viejas, de conservación de intereses de católicos conservadores y hasta los primeros teólogos de la liberación que fueron Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón (que finalmente se expresaron en la Nueva España, tal vez siguiendo la tradición de Bartolomé de Las Casas), documentos difíciles de consultar como la proclamación de Independencia por el Ejército Trigarante comandado por Agustín de Iturbide (Cordillera 207) y luego una orden para impedir, en el libro de registros, la clasificación de los mexicanos del Imperio Mexicano.

El asunto de los insurgentes es poco abordado, Hidalgo sólo es mencionado como “sedicioso” (en la Cordillera 162); en el periodo de 1811 a 1820, se preocupa más por las noticias de defunciones y enlaces matrimoniales de la nobleza española, de los nuevos tributos o exenciones en especie para los indios que de la guerra intestina, pues sólo menciona a Vicente Guerrero (Cordillera 231) a Santa Anna como “ambicioso” (Cordillera 222) y hasta la petición de información sobre la guerra de Independencia (Cordillera 249).

A lo largo de los años se puede observar las medidas restrictivas para dar azotes en escuelas, no cobrar impuesto en especie en algunos casos y en otros cobrar a los indios acaudalados impuestos como si fueran españoles, pero como lo considera el propio autor “…sin ser un relato racional del pasado…es un catálogo de miedos al cambio, obsesiones, inmoralidades, envidias, egoísmos, vicios, abusos, ambiciones personales, buenos deseos, normas de conducta...”.

Lo valioso del texto, más allá de las tesis del transcriptor sobre la lectura del papel de la Iglesia como parte de la administración de la riqueza del territorio, la caracterización de la Iglesia regional poblana, tal vez una de las más reaccionarias de la Nueva España, de los que ahora consideramos nuestros héroes nacionales, de la labor de destrucción y olvido de las lenguas indígenas para imponer el castellano como lengua evangelizadora, su oposición a las medidas económicas propuestas por los fisiócratas reformadores de la Corona a fines del siglo XVIII y otras tesis que expone el autor en su estudio introductorio, está en la lectura misma de documentos originales.

Esta lectura paleográfica que nos da el lenguaje de hace dos siglos, de las costumbres, la separación de la religión popular y de las pretensiones de El Vaticano, de las medidas disciplinarias del clero secular y el regular, aunque también como lo refiere su autor, entre las ausencias se puede observar, la exclusión del discurso oficial de los transterrados de África, que fueron como si no existieran en ese periodo para la espiritualización y que conservaron ocultas sus costumbres y ritos que dieron origen a la tercera raíz en México.

En suma podríamos decir que este libro forma parte de la trilogía del autor en relación al periodo novohispano y el papel de la Iglesia como cogobierno en México y en su expresión veracruzana como son los también editados por el IVEC en 1995 El Santo Oficio acusa a Pablo Lugo de blasfemia y de no acudir a misa (que igualmente se trata de una transcripción de una sentencia absolutoria del Poder Judicial de entonces) y el de 1998 Bailes y sones deshonestos en la Nueva España (que también rescata la sublimación contra el poder establecido de las castas empobrecidas contra el poder cuya máxima expresión son los versos del Chuchumbé, en donde los representantes del clero reciben la ironía popular).

No sobra recordar otro trabajo realizado por el historiador y editor del IVEC en un apéndice del libro Una Semblanza del Carnaval de Veracruz, de Guido Münch, publicado por la UNAM en 2004, en donde transcribió las notas publicadas en la prensa de Veracruz sobre esta fiesta popular, que es consulta obligada para los investigadores de esta celebración que en principio fue inspirada por la religión y ahora pasa por el periodo mercantilista.

Pero como en todo sucede, el intermediario encarece y por ello siempre es mejor la lectura personal de cada veracruzano hace de su historia conforme al tiempo que vive, por ello la mejor opinión es la de cada uno de los lectores sobre lo que escriben los autores.

Fuente: La Jornada de Veracruz

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