lunes, 2 de mayo de 2011

La fe ciega hacia Juan Pablo II


Cynthia Rodríguez


ROMA, 1 de mayo (apro).- Hace años que a Roma no llegaba tanta gente de un solo golpe. Entre la tarde del sábado y la madrugada del domingo, peregrinos de todas partes del mundo se encaminaron para llegar a la Ciudad Eterna.

Para el sábado en la noche los primeros cálculos que habían hecho las autoridades del Vaticano y de la alcaldía de Roma se habían superado: los 300 mil peregrinos que se esperaban en un inicio sólo para la vigilia de Circo Máximo, comenzaron poco a poco a aumentar a medida que avanzaban las horas.

Ya para la media noche del sábado, la Plaza de San Pedro estaba convertida en un dormitorio, donde gente de todas partes del mundo, de todas las edades y de todos los estratos sociales se dieron cita para apartar el lugar que les garantizara este domingo ser testigos de la beatificación de Juan Pablo II.

Ahí estaban los jóvenes sobre todo, aquellos que durante el Jubileo del 2000 les dijo: “No tengan miedo, ábranle la puerta a Cristo de par en par”.

Llegaron en grupos desde España, Polonia, Francia, Honduras, Colombia, México, Venezuela, Argentina, Rusia, Zimbawe, Congo, Estados Unidos, Australia, Italia, Alemania... En total desde 87 países para juntar a un millón de personas, según informó el Vaticano.

Más tarde, la alcaldía de Roma recalculó y sus cuentas llegaron al millón y medio. Con guitarras y cantos se daban fuerza unos a otros y animaban también a los ancianos, a los enfermos, a los pobres que habían logrado hacerse de un espacio para extender una cobija, poner una silla plegable o acomodar periódicos para evitar el frío de las piedras en el piso de la Plaza de San Pedro o de la Vía de la Conciliación.

Para las 9 de la mañana, hora en que comenzó la celebración, ya la Vía de la Conciliación estaba casi llena pero la gente seguía entrando poco a poco, saltando las bolsas de comida, sacos de dormir y pequeñas colchonetas de los miles que habían pasado la noche ahí.

El ambiente, a diferencia del de hace seis años cuando más de tres millones de peregrinos llegaron a Roma por su muerte, esta vez era de alegría, porque quizá, como explicara Matteo, un joven seminarista polaco, “con la beatificación no sólo le reconocen un milagro a Juan Pablo (el de haber curado de Parkinson a una monja francesa), sino la grandiosa personalidad y fuerza espiritual con la que llevó su pontificado”.

Los que estuvieron ahí en el Vaticano, no le escatimaron nada a Juan Pablo II. Para él fueron los aplausos más fuertes, los gritos más cálidos y las lágrimas cuando la emoción se desbordaba.

Quien sabe si todos estaban enterados de los últimos escándalos en el Vaticano. Tanta devoción en ocasiones hacía dudar.

Jean Claude, un católico francés de unos 50 años, que llegó la tarde del sábado con ropa deportiva, así durmió. A las 8 y media de la mañana del domingo encargó su lugar y se fue a cambiar a una cafetería cercana. Regresó con una gabardina y cuando empezó la ceremonia de beatificación en punto de las 9 de la mañana, se la quitó para quedarse en traje y corbata. Era su forma de expresar la importancia y el respeto hacia Juan Pablo II y la ceremonia.

Otros como Sara, que seguía al pié de la letra el libro de la liturgia. Cantaba y rezaba, pero no dejaba de seguir el guión ya establecido. Ella, una monja de Cerdeña, que juraba que no había dormido y se le notaba, no despegaba sus ojos de la lectura, sólo hasta que el Papa Benedicto XVI proclamó la beatificación. Fue entonces cuando se levantó y aplaudió. “Hace seis años nos encontrábamos en esta plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II... Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica”, expresó Benedicto XVI.

O como Josefina, una peregrina de San Juan de los Lagos que por nada del mundo se quiso perder la oportunidad de estar en la beatificación, luego de que ella vio a Juan Pablo todas las veces que éste fue a México.

“A sus funerales no pude venir, pero la beatificación no me la podía perder. El Papa (Juan Pablo II) ha sido muy importante para los mexicanos”.

¿Pero qué piensa de que algunos dicen que él ya sabía de los problemas con los sacerdotes pederastas?, se le preguntó. “Yo no creo que él supiera, no podía, era muy bueno”, responde con una fe ciega Josefina, emocionada porque acaba de pasar la vaya hacia San Pedro.

Ni ella ni los que asistieron desde ayer a San Pedro quisieron polemizar. Vinieron por su amor y su fe. La iglesia les agradeció regalándoles miles de estampitas del nuevo beato: una imagen de Juan Pablo II durante sus últimos años de pontificado con las nubes y los rayos del sol a sus espaldas.

A lo lejos se dejó ver una enorme fotografía de 1989 con un Juan Pablo evidentemente más joven. Es la que han decidido sea la imagen oficial.

Un total de 800 sacerdotes se prepararon para repartir la comunión a los asistentes y el Papa Benedicto XVI pronunció el rito de beatificación.

En el altar central de la Basílica, colocaron una reliquia de oro en forma de olivo con la sangre de Karol Wojtyla. Poco después de dar la comunión a un grupo de fieles y de saludar en siete idiomas a los miles de peregrinos presentes, el Pontífice encabezó por fin la procesión para rendir homenaje al nuevo beato ante su féretro.

Después de Benedicto XVI, fueron los cardenales a venerarlo. Era casi medio día cuando pasaban los jefes de Estado y de Gobierno. Luego dejaron acercarse a los peregrinos, quienes hasta la noche seguían formados.

El Vaticano anunció que el ataúd será colocado mañana lunes por la noche en la capilla de San Sebastián, al lado de la capilla en donde se encuentra la célebre estatua La Piedad de Miguel Ángel, en el ala derecha de la basílica de San Pedro. Las celebraciones no han terminado, pero muchos comenzaron ya el camino de regreso. Ahora esperan la santificación.

Fuente: Proceso

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