martes, 24 de mayo de 2011

Distancia


FELIPE VICENCIO ÁLVAREZ

La distancia entre los políticos y el resto de la sociedad es a veces abismal. Frecuentemente se expresa como incomprensión mutua. Por un lado la sociedad no se siente escuchada ni tomada en cuenta por gobernantes y políticos ocupados en muchos asuntos que poco tienen que ver con procurar el interés general. Por el otro, algunas veces los políticos consideran injusto el trato hostil que reciben y juzgan como ingratitud el rechazo del que son objeto.

Este desencuentro tiene en parte explicación en la diferente perspectiva con que unos y otros ven las cosas. De por sí para el ciudadano común es muy complicado asimilar los argumentos del político por razonables que sean. Su perspectiva es diferente, sus urgencias distintas. Mientras el político habla desde el conjunto de instituciones formales que dan cuerpo a categorías como patria, estado de derecho y otras, el ciudadano lo escucha desde la vida real, con sus vicisitudes y fragilidades, con sus azares y apremios. El político se ha instalado en un universo simbólico en el que sus deliberaciones y decisiones tienen pleno sentido y justificación, pero que frecuentemente resulta muy distante o de plano incomprensible para el resto de la sociedad.

Si a eso se le añade la actitud insensible de no pocos políticos indispuestos a escuchar y ensoberbecidos por un cargo, podemos entender la gravedad de la desavenencia. Cuando alguien resuelve participar en la vida pública animado sobre todo por las ventajas materiales que ello puede significar, no es fácil que lo disimule, su actitud lo hace evidente y entonces se escucha como burla cualquier discurso justificador. La comunidad se siente agraviada. El ciudadano común se siente incomprendido con razón por la postura y las decisiones de gobernantes que no lo representan, pero además se indigna justamente por la corrupción de que es testigo. Cuando el ciudadano común se siente tratado con desconsideración por sus representantes, les corresponde con el desprecio. Si los agravios se acumulan al desprecio le sigue el hartazgo y el coraje. “Que se vayan todos”, era la exigencia de hace no mucho tiempo en Argentina.

Las manifestaciones que hemos visto en estos días en España hacen evidente esa distancia. Pareciera que los gobernantes no hubieran tenido oportunidad de darse cuenta de lo que se estaba gestando; como si ignoraran las implicaciones de sus decisiones. La sociedad manifiesta su inconformidad con la manera de proceder de políticos corruptos que pretenden engañar. Se siente indefensa pero resuelve ponerse en pie y resistir. El conflicto atraviesa el eje del sistema: si la legitimidad de nuestros gobernantes se cimenta en el asentimiento de la sociedad, en circunstancias como las que vivimos aquella es apenas formal. La fragilidad del acuerdo que sostiene a los gobernantes es proporcional a la distancia que hay entre la postura de estos y la situación del resto de la sociedad. La democracia misma está en entredicho. Para fortalecerla o aun preservarla es imperativo restablecer el vínculo.

Las demandas de los manifestantes españoles podrían resumirse en la exigencia de ser sujetos. “Los ciudadanos formamos parte del engranaje de una máquina destinada a enriquecer a una minoría que no sabe ni de nuestras necesidades” denuncian. Y reclaman lo obvio: “queremos una sociedad nueva que dé prioridad a la vida por encima de los intereses económicos y políticos”. En el fondo se trata de una rebelión ética, que pide para la política la orientación de valores fundamentales que han sido relegados en la práctica. Es un discurso seguramente difícil de entender para la sociedad política de aquel país, pero en su sobriedad tiene la elocuencia que asiste a quien sostiene la razón moral. Es una reivindicación que puede oxigenar la democracia, nutrirla de verdadera sustancia. No habría razón para que en México tuviéramos que llegar a un punto crítico como en su momento ocurrió en Argentina o como ahora ocurre en España y poder replantear la relación entre los políticos y la sociedad. ¿O sí?

Fuente: La Jornada de Jalisco

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