martes, 3 de mayo de 2011

De beatificaciones y viajes presidenciales

LEOPOLDO GAVITO NANSON - LUNES, MAYO 02, 2011

Los medios impresos del mundo reportaban desde ayer el inmenso número de peregrinos que había fluido a Roma con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, a quien la Iglesia acerca a la santificación con lo que tal vez haya sido la más grande misa de la historia vaticana en honor de una de las figuras históricas que moldearon el último cuarto del siglo XX. Juan Pablo II es una figura querida al grado de la adoración. Se mostró ayer en Roma con independencia del escándalo que la envuelve desde hace años. La participación popular en la ceremonia de beatificación tuvo necesariamente que haber superado con creces las expectativas más optimistas dentro del Vaticano.

Benedicto XVI alabó a Juan Pablo II por haber dado la vuelta a lo que parecía ser la irreversible marea comunista “con la fe, el coraje y la fuerza de un titán, una fuerza dada a él por Dios”.

En efecto, Juan Pablo II es universalmente reconocido por haber ayudado de forma determinante al derrumbe del socialismo real en Polonia al apoyar el movimiento sindical Solidaridad y, con ello, haber empujado para el derribo del Muro de Berlín. Benedicto XVI no escatimó mencionar los motivos del agradecimiento: “recuperó para el cristianismo aquel impulso de la esperanza que, en cierto sentido, había vacilado frente al marxismo y la ideología del progreso. Restauró para la cristiandad el verdadero rostro de la religión de la esperanza”.

Pero la fiesta y el boato de la misa ceremonial no oculta hechos controversiales, por decir lo menos. El primero es la beatificación más rápida habida en tiempos modernos. La Santa Sede nunca se ha significado por sus prisas; el segundo hecho es la pederastia y abusos sexuales ocultados durante décadas, reconocidos por la Iglesia y el enojo y desencanto de las víctimas y millones de creyentes en países tan católicos como Irlanda, Australia y México, por no mencionar a Alemania, Holanda y Estados Unidos, donde el catolicismo no es religión hegemónica. Muchos de los casos de abuso sexual que permanecieron ocultos ocurrieron durante el papado de Juan Pablo II.

Dentro del catolicismo se le reclama también por haber dejado demasiadas iglesias vacías en Europa, muy pocos sacerdotes en las Américas norte y sur, sacerdotes que violaron su celibato y mostraron debilitamiento y disminución de la fe.

Tales críticas junto con diversos datos estadísticos contradicen por el eje el optimismo del sermón de Benedicto XVI.

En diversas ocasiones distintos funcionarios del Vaticano han insistido en que el proceso de santificación de Juan Pablo II no es una valoración sobre la forma en que administró la Iglesia sino sobe el cómo vivió una vida de virtud cristiana.

Cómo llegan a la sutil diferencia es un misterio de fe o de candorosa credulidad, porque es imposible disociar la vida práctica de alguien, sobre todo cuando es un líder moral, del código de ética que ese alguien pregona y está supuesto a concretar justo en la institución que –se presume– administra y sistematiza ese código de ética.

Más de dos décadas de un pontificado autoritario persecutor y represivo de las mujeres y sus derechos. Miles de niños y adolescentes desatendidos ante los abusos de sacerdotes a los que la Iglesia ofrecía una protección institucional por sistema.

Si la Iglesia logrará con esto proteger las figuras de Juan Pablo II y de Benedicto XVI de los escándalos está por verse. Existen razones suficientes para pensar en que no lo logrará. Los costos pueden terminar por ser impagables. Queda por ver, por lo pronto, los intentos de control de daños en los que habrá de empeñarse la Iglesia en breve. La revista Proceso de esta semana da cuenta del paquete de documentos secretos del Vaticano que recibieron tres de los principales acusadores de los crímenes de Marcial Maciel precisamente sobre la protección que la Santa Sede ofreció durante años al predador michoacano. Documentos que, durante lustros, estuvieron secretos en los archivos del Vaticano y que demuestran que desde 1956 el Vaticano estaba perfectamente enterado. El 31 de agosto de 1956, el entonces arzobispo primado de México, Miguel Darío Miranda, envió una carta al Vaticano donde advertía de “conductas inadecuadas del padre Marcial Maciel”. En 1956 la Santa Sede era conducida por Pío XII.

Darío Miranda dirige su carta al padre Arcadio Larraona, secretario de la Congregación de Religiosos. “La carta dice que 'los cargos principales que de estas declaraciones se desprenden contra el padre Maciel se reducen a tres: faltas contra Sextum cometidas con alumnos de la congregación; hábito de inyectarse enervantes, que ya ha degenerado en vicio de difícil curación, y medios tortuosos, especialmente la mentira, para lograr los fines que se propone'”.

Por lo pronto el presidente Calderón le ha puesto una raya adicional a su cuenta de criticables con lo que se antoja una frívola insistencia por estar en el fausto de la beatificación.

*Es Cosa Pública

leopoldogavito@gmail.com

Fuente: La Jornada de Veracruz

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