martes, 19 de abril de 2011

Políticos y poetas


FELIPE VICENCIO ÁLVAREZ

El contraste entre los vehementes reclamos de Javier Sicilia y la postura gubernamental ha dado pie para que algunos insistan en la enorme distancia que a veces hay entre la sociedad y sus autoridades. Los ciudadanos se sienten agraviados cuando sus gobernantes no los escuchan o no los entienden. La indiferencia del poderoso ofende y causa justa indignación a una mayoría que se siente vulnerable e impotente. La distancia entre ambos –que en no pocos casos es un abismo dramático– ha socavado el sustento de legitimidad del gobierno y provocado el debilitamiento del tejido social. Pero para entender la falta de sintonía entre las demandas ciudadanas encabezadas por el poeta y las posturas de la autoridad hace falta además revisar la honda diferencia entre la visión de uno y de otros.

En sus exhortos Sicilia llama a recuperar el amor, la tolerancia, el honor, el respeto por la vida. La suya ha sido una convocatoria eminentemente ética. Para él la causa de lo ocurrido no es sólo la guerra del gobierno en contra del crimen organizado, sino sobre todo “el pudrimiento del corazón de la mal llamada clase política y la clase criminal”. Acusa a los narcotraficantes de estar comportándose “como demonios”. El poeta es un escritor auténtica y profundamente religioso que vive y escribe orientado por una fe que lo empuja a la búsqueda constante de Dios y a la transformación del mundo mediante la acción no violenta. Después de su célebre escrito “Estamos hasta la madre” y de la marcha a que convocó y que logró movilizar a personas en decenas de ciudades, Sicilia ha instado infructuosamente a la autoridad. “Queremos una declaración”, ha dicho con impaciencia sin que hasta ahora alguien le haya respondido.

Pero ¿lo entienden los políticos? ¿Lo consideran seriamente? ¿tienen sentido los llamados a la ética dirigidos a quienes proceden movidos por una racionalidad diferente? Porque según Norberto Bobbio la política no es el terreno de lo bueno y lo malo –categorías de la ética– sino el de lo conveniente y lo inconveniente. Lo conveniente es lo que se ha de procurar en política, no importando que sea malo o bueno. Esa es la responsabilidad del gobernante que, como apunta Weber, debe estar incluso por encima de sus convicciones. “La política no es en modo alguno cuestión de virtud y la perfección evangélica no conduce al poder. Resulta imposible concebir un hombre de acción sin una buena dosis de egoísmo, de orgullo, de dureza y de astucia” dicen que dijo alguna vez Charles de Gaulle.

Pero el desencuentro es mayor, porque el gobernante se orienta por coordenadas diferentes a las del poeta, de la misma manera en que el rey y el filósofo miran horizontes distintos. Unos ven en perspectiva las cosas, otros el presente sin más. Uno toman distancia de la realidad para vislumbrar otras posibilidades, mientras el otro se asume inmerso sólo en lo tangible. Por esa razón los zapatistas pudieron ocupar San Cristóbal de las Casas armados con rifles de madera, animados por la convicción de que otro mundo es posible, mientras el Ejército Mexicano los enfrentó con fusiles verdaderos, sostenido en la certeza de que el único mundo que hay es aquel cuyas instituciones tenía que defender.

Con su característica crudeza Cioran se refiere a este arraigo del político a la circunstancia como “el inmanentismo de la política”, y para él eso explicaría “por qué las almas colmadas de ardor religioso han despreciado el fenómeno político y han visto en él, con justeza, una preocupación y, sobre todo, una tentación demasiado apegada a las pasiones y a las vanidades terrenales. No hay más relación entre la religión y la política que la que existe entre un santo y un burgomaestre (…) En el fondo, los únicos en equivocarse de camino en la vida son aquellos cuyos instintos no estuvieron a la altura de su vocación. César no podía volverse un sabio ni Napoleón un poeta”.

La única salida para escapar del cinismo y la resignación es reivindicar los valores de la ética en lo público, como el escenario de la tensión entre el deber ser y las condiciones concretas de la acción política. Sin idealismos que fuguen de la realidad y sin la insolencia que exhibe puro egoísmo y mezquindad. Así la poesía puede cobrar fuerza y, quizás como deseó Federico Reyes Heroles, “romper la sordera nacional”.

Fuente: La Jornada de MIchoacán

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