martes, 1 de febrero de 2011

¿Estamos ante la última generación de campesinos mexicanos?: Armando Bartra


YADIRA LLAVEN

Desde el pensamiento crítico, el sociólogo mexicano y especialista en desarrollo rural, Armando Bartra, puso en duda si estamos ante la última generación de campesinos mexicanos. No desde la perspectiva de la desaparición de la mediana y pequeña producción agrícola, ni del agro como tal, pero sí cabe el cuestionamiento en el sentido del actor social, de ese sujeto de aporte productivo, social, rural, cultural y político de un país.

Bartra, investigador del Posgrado en Desarrollo Rural, UAM–Xochimilco, y coordinador del suplemento La Jornada del Campo, de La Jornada, estuvo el viernes en la ciudad para ofrecer una conferencia magistral. Una de las actividades centrales del foro “Problemas del campo poblano y propuestas para su desarrollo”, organizado por varias instituciones de educación superior, entre ellas, la Universidad Autónoma de Puebla (UAP).

Durante más de una hora, Bartra se centró en hablar de la posibilidad de desaparición del campesino como actor social, y de las consecuencias que esto conllevaría.

“¿Estamos ante la capacidad de desinencias de los ecosistemas, del socio–sistema rural, del etos campesino rural, de la socialidad campesina en un sentido amplio?, ¿habrá la posibilidad de renovación, de seguir vigentes, de tener continuidad?, ¿no estarán siendo vencidos, ante la inminencia de un punto del no regreso?, ¿no estaremos llegando al límite?”, fueron las interrogantes que lanzó, como moneda al aire, a los académicos, universitarios, campesinos y público en general que acudieron al encuentro.

Las respuestas, explicó, pueden ser múltiples. En todo caso, “lo que hay son compromisos en términos de investigación y de tratar de definir alternativas en políticas públicas para el campo mexicano en su conjunto”.

En ese sentido, aseveró que “hay una inminente destrucción del tejido social a punto de la necrosis. Y cuando eso sucede hay que amputar, porque no hay regeneración de ese tejido”.

Aunque cambie el rumbo del país –que debe darse por múltiples razones– y se modifiquen sustantivamente las tendencias en el campo, admitió que no será fácil ni rápido restaurar lo degradado.

Bartra comparó que el problema es de magnitudes y trascendencias grandes, porque “los campesinos son sociedades milenarias que han transitado por sistemas civilizatorios siempre marginados, sometidos y saqueados, que conservan un aire de familia que se encuentra desde el Calpulli, en Mesoamérica, hasta nuestros días”.

Más allá, los campesinos son una forma de vida, una socialidad, con muchos componentes que los hacen cambiar; sin embargo, mantienen sus rasgos, pese a ser mudables, diferentes en el espacio y el tiempo, y conservan una identidad a través de la solidaridad productiva transgeneracional, es decir, heredando el campo y los saberes a sus hijos y nietos, a quienes encargan la preservación de las tierras.

Narco, jóvenes en el sicariato y la migración, factores que minan al campo

Para Bartra, que los campesinos piensen en el día de mañana es suficiente. “Sobrevivir un día tras otro es una ganancia, porque están en el borde, cayeron en el barranco, pero eso no quiere decir que no tengan una visión terriblemente estratégica para planear el porvenir”.

En la escasez más radical y absoluta, aseveró, es donde mejor se planea, porque en ello nos va la vida. No es en la abundancia cuando se prevén las cosas.

A su juicio, aclaró en la plática, que tenemos una idea equivocada de que el progreso será lineal. “No es una flecha del tiempo que nos conduce a un porvenir de abundancia y felicidad. Hay que prepararse para los tiempos de escasez, que ha sido una estrategia productiva que ha permitido que los campesinos sobrevivan; no es poco cosa”.

Lamentablemente, reconoció, está estrategia se está quebrando.

Los factores que abonan a que esto suceda, según opinión de investigadores y de los mismos campesinos, es el tema del narcotráfico, la violencia y el enrole de los jóvenes en el sicariato.

El investigador de la Universidad Autónoma de México (UAM) no entró en más detalles de los problemas mencionados, por considerar que la migración, la trashumancia generalizada, es el factor que mejor define la debacle del campo mexicano.

Y habló no sólo de la migración física, sino también de la migración espiritual, a la que consideró más grave y profunda.

“No está mal que los jóvenes varones, las mujeres y los niños que también van detrás, se vayan y busquen una nueva vida, experiencias y otros escenarios. Ser expulsado y obligado, no tener esperanza, que se queden los que no se atreven, los que no se animan por cobardes, es lo realmente terrible”.

Desde su perspectiva, la gente que se va, difícilmente regresa. Partiendo de ello, expuso que este fenómeno genera un desapego entre los jóvenes que se van y la vida de sus padres y sus abuelos, que se quedan en el campo.

Distanciamiento que calificó de justificado, “porque nadie tiene por qué repetir la experiencia frustrante de generaciones y generaciones de campesinos que han querido ver la luz al fondo del túnel y no la han visto”.

Por eso, el también director del Instituto Maya acotó: “ya no hay vocación de ser campesino”.

Consecuencia de este éxodo es la edificación de casas al estilo californiano, en plena Sierra Norte de Puebla, construida con dinero que manda la gente que se encuentra del otro lado. “Y esto no es una traición, más bien es una desgracia”.

Es la ruptura de un eslabón generacional de la cadena en la historia campesina, que difícilmente se podrá restaurar, porque, según su experiencia, el modo en que se transmite la condición campesina no es escolarizada, no es un patrimonio capital, es algo más completo: es socialidad, es cultura, son hábitos, son saberes, es estilo de vivir.

La deserción física y espiritual de una generación de jóvenes del campo, puntualizó, es una visión apocalíptica, pero que habría que ubicarla en otros conceptos y circunstancias que afectan al país.

Para algunos, afirmó, son señales alentadoras para recuperar la legitimidad de la pequeña y mediana producción agropecuaria en México, en parte destinada al autoconsumo, a los mercados regionales y, en especial, a garantizar la soberanía alimentaria de los países.

Sobre todo cuando México es un país con gran dependencia alimentaria, debido a que la mayoría de sus granos, inclusive el maíz, es importado.

Dicho fenómeno no es exclusividad de los países globalizados, sino además de las regiones y de las localidades.

Hoy, nuestro país importa 40 por ciento de los alimentos que consume. No obstante, ha habido un repunte en el crecimiento de la producción del maíz, que ha llegado a los 24 millones de toneladas anuales, principalmente cosechado en tierras del estado de Sinaloa.

Pero el problema que ahora nos aqueja no solamente es la dependencia alimentaria, sino que el campo se está utilizando para sembrar granos, para producir biocombustibles, en lugar de alimento humano.

Finalmente, lo expuesto, asociado al cambio climático, el estrangulamiento enérgetico, la crisis alimentaria, la recesión económica, está provocando recurrentes emergencias globales que encarecen los alimentos y que, contradictoriamente, limitan la producción del campo.

Fuente: La Jornada de Oriente

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