sábado, 16 de octubre de 2010

Dos muertos amados


Gerardo Unzueta
gerardounzueta@hotmail.com

I

Desde la aparición del libro –Renato Leduc. Obra literaria1 me propuse escribir un artículo celebrando el prólogo de Carlos Monsiváis que, provocador, lo subtitula con una frase mitológica del poeta, articulista prolífico, militante antimperialista, el escritor cuya obra no admite benevolencia: “No sé que carajos hago en el Olimpo”.

Por fin, tributo a los dos muertos amados, cumplo la tarea.

El prólogo de Monsiváis no sólo es documentado y riguroso, sino bello y acertado en sus juicios sobre la obra y la personalidad de Renato. Diré más: con apoyo en esas 20 páginas he podido revalorar la poesía del Gran jefe pluma blanca y situarla dentro del contexto social harto complicado de los años pre y posrevolucionarios.

Mi encuentro con Renato se produjo en un ámbito de lo más propicio. El país se hallaba bajo los efectos, principalmente ideológicos, de las reformas cardenistas. Pululaban las organizaciones juveniles radicales. La huelga universitaria de 1943 fue en realidad un movimiento político que derrocó al grupo fascistizante encabezado por Rodulfo Brito Foucher y situó al frente de la UNAM una tendencia renovadora integrada de personalidades más consecuentes. De allí surgió la nueva Ley Orgánica de la institución. Reflejo de esa tendencia fue el grupo “de izquierda” al que nos integramos estudiantes que hacíamos nuestra primera experiencia política, la cual incluyó la creación de formas de organización, la FEU renovada, por ejemplo.

Jóvenes preparatorianos –terminaba yo mi bachillerato en el venerado claustro de San Ildefonso–, junto a alumnos del edificio de Jurisprudencia y “viejos lobos” de la política estudiantil como Luis Correa Sarabia y Manuel Moncada, constituimos el núcleo “revolucionario” que se reunía en una vecindad de la calle de Argentina. Allí concertábamos nuestras acciones durante la huelga; más adelante el grupo se dejó conquistar por la bohemia: una y otra vez lo envolvió el prístino sonido de los poemas que Leduc reunió en El aula, en particular cuando una joven medusa iridiscente embruja nuestros sueños… al descender al mar en santa cofradía como Buzos Diamantistas. Igual que a Alejandro Gómez Arias, nos atraía la imagen de Renato: “una forma de protesta y desprecio hacia las normas”, de bohemia y rebeldía.2 Nos ayudó a establecer proximidades el que entre nosotros hubiera jóvenes cultores de la belleza: como el poeta yucateco Jorge Tappan.o el pintor veracruzano Norberto Martínez Moreno.

Mas ese fue sólo el encuentro. Tras él –¿por cuanto tiempo?– nos brinda su poesía a la que “distinguen los matices, el ritmo impecable, el oído infalible…” pero además, señala Monsiváis, “como novedad apreciable, la actitud de izquierda que, sin embargo, no despeña a sus textos en la literatura de protesta”.

Renato aparece cantor frívolo “que hace poemas desde el valemadrismo” y “el hombre directo y sin recovecos, ‘el macho cabal’, el periodista y el taurófilo y el conversador incesante que detesta las falsas complejidades.” Esas cualidades que fomentó en todo tiempo, lo acercan íntimamente a sus lectores, así sean recién llegados a la cultura o, incluso, hombres del pueblo sencillo que admiran al “personaje antintelectual y alegremente vandálico” al cual Leduc “ofrenda su psicología y su fama pública”, pero, advierte enérgicamente Carlos, “de ningún modo su obra poética”3

Esta forma de abordar la figura y la obra (“la exquisitez aliada a la jubilosa vulgaridad de la calle”) del prologado lo coloca en su justa dimensión (“sobre todo, es el artífice”) que nunca rogó fidelidades y virtió sus dones (“un impecable oído literario se consagra a la descripción de sensaciones que es gozo de la forma, o al recuento nostálgico matizado por la prisa relajienta del claxon”), al que le importó el público extraliterario, el ajeno a las capillas de los poetas de ambigua envergadura (“para él la vulgaridad bien manejada, amplía el territorio poético”).

Y bien, pero este no es un artículo literario, aunque me cuento entre los que pretenden manejar esa ampliación que Renato profesaba. Es, lo dije al principio, tributo a los dos muertos amados que se hallan unidos en el texto comentado. ¿Quién no recuerda la despedida conmovida, amada, que dimos a Renato, al éste morir? ¿Quién no viajó, se arrancó o llegó al Museo de la Ciudad y a Bellas Artes, para dedicar una expresión –no de su admiración sino de su amor–al Monsi que adoró Elena? Y eso me impongo, pues ninguno de los dos fue indiferente a la causa del socialismo “que es mi causa mía”. No pretendo igualarlos, cada uno vivió su tiempo y su realidad, mas los entiendo como personajes a los que les debo contribución artística o política en la medida en que fui capaz de asumirla.

De Renato intento traer a estas líneas la novedad apreciable, de izquierda que señala Monsiváis; personalmente seguí el desarrollo de esa novedad y la acompañé desde los años 50. Con relación a Carlos sería mezquino que sólo escribiera de él en la condición de prologuista de las obras de Leduc; hay que encontrarlo –como escribe Carlos Payán– “en la trinchera... siempre en la trinchera, del lado correcto de la guerra y de la vida...”

No podré cerrar esta entrega sin referirme a “la novedad” de Renato y a “la trinchera” de Monsiváis. Por ello, una segunda parte.

1 Renato Leduc, Obra Literaria. Fondo de Cultura Económica. Colec. Letras Mexicanas.
2 Alejandro Gómez Arias. Memoria personal de un país, en Renato Leduc... p.42
3 Renato…, p. 13


***

Estimado Eduardo: Nuevamente acudo a tu hospitalidad: hace mes y medio entregué a la sección “Opinión” de El Universal un artículo que debió ser publicado por lo menos hace un mes, de acuerdo con un trato establecido hace 25 años; mas esa publicación no se ha producido. Como no puedo admitir que se viole un trato así fundado y se ignore esta opinión, te suplico insertes el artículo en cuestión en el medio que tu diriges, acompañado de esta advertencia.
Con agradecimientos anticipados.

Gerardo Unzueta

Fuente: Forum
Difusión: Soberanía Popular

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