Hemos comenzado a quitar los retratos de Maciel de las paredes.
—P. Thomas Williams. Decano de teología para Regina Apostolorum, la universidad pontificia de la Legión en Roma
—P. Thomas Williams. Decano de teología para Regina Apostolorum, la universidad pontificia de la Legión en Roma
El año pasado, el Papa Benedicto XVI revocó, en una acción sin precedentes en la historia del papado, dos votos internos —votos que hacen los agremiados de una orden religiosa ante la orden misma y no propiamente ante El Vaticano— particulares a la Legión de Cristo: uno pedía nunca desear, buscar o cabildear la obtención de responsabilidades o posiciones jerárquicas en la congregación para sí mismo o para otros y, el segundo, nunca criticar al exterior los actos de gobierno o la persona de ningún directivo o superior de la congregación de palabra, letra o de ninguna otra forma. De tener la certeza que algún hermano hubiera roto esta promesa, debía informársele sin demora al superior inmediato del trasgresor.
Esta omertá —la negación o el silencio externo y la demonización interna ante los críticos— ha sido estrategia fiel de la Legión de Cristo: incluso cuando Benedicto XVI condenó en mayo del 2006 a Maciel “a una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a todo ministerio público”, la Orden intentó una fachada de dócil inocencia como evasiva al castigo papal, afirmando que: “En relación con la noticia de la conclusión de la investigación de las acusaciones hechas al P. Marcial Maciel, nuestro venerado padre fundador, la Congregación de los Legionarios de Cristo informa (…) Ante las acusaciones hechas en su contra, él afirmó su inocencia y siguiendo el ejemplo de Jesucristo optó siempre por no defenderse de ninguna manera (…) Él, con el espíritu de obediencia a la Iglesia que siempre lo ha caracterizado, ha aceptado este comunicado con fe, con total serenidad y con tranquilidad de conciencia, sabiendo que se trata de una nueva cruz que Dios, el Padre de Misericordia, ha permitido que sufra y de la que obtendrá muchas gracias para la Legión de Cristo y para el Movimiento Regnum Christi”.
Esa fachada de santa infalibilidad se desmoronó cuando los blogs Ex LC Blog, Life alter LC y American Papist destaparon el lunes 2 de febrero que “hoy, el P. Scott Reilly, LC, director territorial de Atlanta, Georgia, le anunció a quienes trabajan en esa dirección territorial de la Legión de Cristo que Marcial Maciel tuvo una amante, procreó con ella al menos un hijo y vivió una doble vida”. La noticia fue prontamente recogida por los principales diarios del mundo.
Lo cierto es que, de acuerdo al New York Times y a testigos presenciales que pidieron el anonimato, Corcuera y otros altos líderes de la Orden tenían ya semanas de acercarse a sus seguidores más fieles para informarles del hecho. Pero no hay indicio de que pensaran hacerlo público o, cuando menos, no pronto.
En palabra de Jim Fair, su vocero: “Hemos descubierto algunas cosas de la vida de nuestro fundador que son sorprendentes y difíciles de entender. Podemos confirmar que hubo aspectos de su vida inapropiados para un sacerdote católico”.
A la fecha las versiones recurrentes son que Maciel tuvo al menos una hija que hoy tendría cerca de 22 años y que durante todo ese tiempo Maciel canalizó sumas de dinero desconocidas a esa familia. Según el NYT, el padre Steven Fichter, quien dejara la orden hace 14 años y antes fuera su financiero en jefe, dijo que le informó tres años atrás —en las postrimerías de la sentencia de reclusión— al Vaticano que cada vez que Maciel viajaba fuera de su casona de Vía Aurelia, en Roma, le pedía 10 mil dólares en efectivo; 5 mil en dólares y 5 mil en la moneda del país a donde se dirigía. Cuestionado sobre cómo justificaba el fundador esos gastos, Fichter contestó: “Los Legionarios vivíamos en pobreza; si alguno salía y compraba una pluma bic y una barra de chocolate, tenía que reportar los recibos. Pero para el padre Maciel jamás hubo ninguna contabilidad. Siempre era efectivo, sin rastro electrónico. Y como era este héroe extraordinario para nosotros, jamás lo cuestionamos; ni por un segundo. Maciel era el héroe mítico que vivía en un pedestal y que tenía todas las respuestas. Cuando te haces legionario, debes leer cada carta que él escribió, como 15 o 16 volúmenes”.
Hoy la Orden, en contradicción con sus prácticas habituales —la negación de la crítica y el desprecio para quienes no abrazan el discurso, la hostilidad o el ostracismo abierto para quienes renuncian a éste y el culto a la personalidad de Maciel— acepta, renuente pero públicamente —la carta abierta de Corcuera, disponible en el sitio web de la Orden, es una antología de vaguedades—, que Marcial Maciel, “Nuestro Padre”, como ellos le llaman con reverencia, tuvo una amante y una hija con ésta. Pero de las añejas acusaciones de abuso sexual y de su adicción a la Dolantina —un derivado de la morfina—, ni una palabra. La pregunta es: ¿Por qué hoy acepta la Orden cuando menos ese pecado si siempre negó los demás?
Legionarios de Cristo durante una misa en honor a su fundador, en la Basílica de Guadalupe.
Legionarios de Cristo durante una misa en honor a su fundador, en la Basílica de Guadalupe. Foto: Javier García
Quizá porque es difícil probarle al fundador el abuso de sustancias o el de menores, a pesar de numerosos indicadores de lo contrario: allí están los inocentes rumores entre la congregación femenina respecto a los muchos dolores que padecía “Nuestro Padre” y que “ni las drogas más fuertes” podían curar, y los testimonios de los vejados. Pero las pruebas de ADN hacen de la paternidad algo comprobable más allá de cualquier duda: todo apunta a que la atípica confesión de falibilidad obedece, más que al deseo de limpiar la casa, a la necesidad de “enfrentar en mejor posición una posible demanda por la herencia”, como dijo el experto en antropología de las religiones Elio Masferrer a AFP el jueves 6. Una demanda por la herencia o un chantaje millonario a manos de alguien que sabe tanto de las abultadas arcas de la orden como de la doble vida de Marcial Maciel.
Pero procrear una hija es el menor de los pecados de Maciel. Porque la Legión, con sus 800 sacerdotes con presencia en 22 países y más de 50 mil miembros arropados por su brazo laico, el Movimiento Regnum Christi, ha sido comparada con los cultos religiosos más fanatizantes y denunciada no pocas veces, aunque nunca en México, por “lavado de cerebro” y abuso de confianza. Apenas el pasado junio, Edwin F. O’Brien, el arzobispo de Baltimore, quiso expulsarlos de su diócesis por “falta de transparencia en sus operaciones”, pero fue convencido por oficiales vaticanos de imponerles en vez medidas de control restrictivas.
Maciel se las arregló para tejer una gran red de turbias complicidades con líderes políticos y económicos con miras a acrecentar su poder e influencia, donde el gancho radicaba en su personalidad mística y en su discurso de pureza redentorista, muy similar al del fascismo franquista que el michoacano tanto admiraba. Y en México, mejor que en ningún otro lado, el fenómeno floreció: la Legión capitalizó el hueco dejado por los jesuitas entre las clases dominantes —su interés en la teología de la liberación era mal visto por éstas— entrando en la intimidad de los poderosos al ofrecerles un justificante de vida donde la posición económica no era una tara para llegar al cielo —el proverbial ojo de la aguja—, sino una gracia que permitía salvar y salvarse. La entrega incondicional a la agenda de la Orden estaba imbricada en el discurso: de allí la necesidad de divinizar la figura del fundador, recibido con gritos, ahogos y desmayos —como un rock star— por un público mayoritariamente femenino: nadie debía dudar de la santidad de “Nuestro Padre”. Él mismo lo dicen en Mi vida es Cristo: “Mi lucha ha tenido un sentido: Cristo crucificado. Sí, creo que he podido sufrir por las diversas pruebas que Dios ha permitido en mi vida. No niego esto. Pero he visto otros muchos hombres sufrir sin ningún sentido, y creo que es lo peor que puede suceder a un hombre. Con la ayuda de Dios y por gracia suya, yo he podido dar un sentido a mis luchas. Y, por esto, siempre me he considerado agraciado, verdaderamente afortunado y he procurado, en la medida de mis limitaciones, ayudar a esos hombres que sufren sin saber por qué, dándoles una razón para vivir y sufrir”.
El juego social parapetaba el discurso: al estar comprometidos con la Legión los principales capitales de México, una manera rápida de entrar a ese mundo era a través de su venia: la adhesión incondicional hacia la Orden ofrecía acceso, por recomendaciones y en “grupos de oración” selectos, a las familias más poderosas del país. Quien no estaba por convicción o por interés lo hacía por miedo: enfrentarse a los Legionarios implicaba, hasta hace muy poco, el ostracismo en un país donde la seguridad financiera pasa más por los contactos que por el talento. Eso explica la feroz aunque irracional defensa —y la renuencia con que la Legión ha tomado la revelación de su engaño— de quienes hacen de la Orden y de Maciel su modo de vida, como se ve en estas líneas firmadas por Lucrecia Rego de Planas, directora de catholic.net, sitio regenteado por la Legión:
“Ayer, 4 de febrero, sin que nadie se lo esperara, apareció de repente, como salida de la nada, una hija del P. Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Fue la gran noticia a ocho columnas que recorrió las rotativas del mundo entero (…) no puedo negar que eso me ha hecho sentirme un poco celosa, pues... yo no saldré publicada en todos los diarios (tal vez en ninguno) y ¡también soy hija del P. Maciel! No llevo su sangre en mis venas (por eso no soy noticia), pero gran parte de lo que soy (casi todo) se lo debo a él. Sí, el P. Maciel es mi padre (Nuestro Padre, como cariñosamente le llamamos los miembros del Regnum Christi) (…) mi cerebro está lleno de los pensamientos que él me enseñó; mis palabras están contagiadas de las palabras que desde niña leí en sus cartas, al grado que a veces confundo las suyas con las mías; mi espiritualidad es la espiritualidad que él me enseñó a desarrollar; mi vida de oración es tal como él me enseñó a orar; mi corazón siente tal como él me enseñó a sentir, siempre poniendo a los demás antes que a mí (…) Soy, sin lugar a dudas, una auténtica hija del P. Maciel”.
¿Quiénes hicieron posible la doble vida de Marcial Maciel, su florecimiento y su longeva impunidad? Sin duda la Iglesia, en particular la de Juan Pablo II que, conociendo los pecados de Maciel, los dejaba pasar en aras de las cuantiosas aportaciones, en efectivo y en almas, que la orden le hacía en tiempos cuando las devociones y vocaciones caían. También está la Legión misma, eficiente estructura que, a pesar del tibio mea culpa, aún se aferra a los vicios y cánones propios del fundador. Pero igual son culpables quienes prefirieron callar el deficiente nivel académico de sus escuelas con miras a frecuentar a las familias ilustres inscritas en sus aulas; los líderes sociales que hicieron propia la superioridad moral de una orden que los aglutinó en la arrogancia de sentirse elegidos; las autoridades que aceptaron protegerlos o solaparlos para evitar enfrentamientos con sus protectores; los que vendieron su pluma, palabra y convicciones a cambio de reconocimiento o de dinero; los empresarios que usaron su músculo para favorecer a la Legión con miras a aquietar la conciencia; los que cerraron los ojos ante las agresivas prácticas de reclutamiento y de control que, hasta la fecha, rayan en el abuso psicológico. Porque, sí, Maciel era un fraude, un estafador, uno que dejó muchas víctimas a su paso. Pero tuvo cómplices. Muchos cómplices.
Haciendo este alto en mi vida, para contemplarla desde Dios, no puedo dejar de dar gracias a Dios porque Él ha querido servirse de mí como instrumento para colaborar en su plan de redención de los hombres a través de la Legión y del Regnum Christi.
Mi vida es Cristo, Marcial Maciel
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