Lydia Cacho
Plan B
19 de enero de 2009
La joven arregla su boutique en la Quinta Avenida en Playa del Carmen, piensa en su familia, feliz de haber dejado la ciudad de México. Un hombre entra a la tienda; guayabera negra de lino y pantalón negro, uno ochenta de estatura, tez morena, gesto adusto. Le explica que la seguridad para que los maleantes no ataquen su tienda le va a costar 30 mil pesos mensuales. Ella no entiende. El hombre levanta su camisa, porta una pistola. Cada día 20 cobramos, dice el sujeto al salir. El jefe de la policía explica: "Son Los Zetas, no se puede hacer nada, denles lo que puedan".
La pareja huye al DF. Un hotelero me mira a los ojos, no puede creerlo, el suyo es un hotel cinco estrellas, la petición de Los Zetas es de 50 mil dólares mensuales. Ni la policía, ni el alcalde, ni el gobernador le pueden asegurar que los narcos no cumplirán la promesa de secuestrar a su hija de 14 años si no paga.
Caminando en la Quinta Avenida de Playa del Carmen, dealers nos ofrecen coca, tachas y metas. Los militares que pasean por la playa, a dos cuadras, miran a las turistas en bikini. Cargando sus rifles y con el rostro cobrizo bañado de sudor, aparentan dar seguridad al turismo. Frente al centro comercial dos agentes federales uniformados sonríen a unas americanas.
Los negocios, de restaurantes y cerveceras a hoteles o perfumerías en Cancún y Playa del Carmen han recibido las órdenes de pagar un impuesto secundario: el de los sicarios que se hacen llamar Zetas. Los alcaldes y el gobernador responden: "Hemos pedido apoyo al gobierno federal, el fenómeno nos rebasa".
En la cárcel municipal de Cancún, un preso detenido por vínculos con el narcotráfico, es el jefe. Una mujer espera audiencia con el zeta; él controla adentro y afuera de la cárcel el negocio, las drogas, el buen comportamiento de los presos; a las esposas les ayuda para que sus hijos estudien. El director de la cárcel está de adorno, asegura un custodio.
Un convoy de camionetas y patrullas pasa por la avenida; supongo que será una avanzada presidencial. A dos cuadras se detienen, de la camioneta blindada y escoltado por militares cubanos, Greg Sánchez, alcalde de Cancún, baja a que le tomen la foto para una publicidad de obra pública. Se sube a la camioneta y se dirige a Cozumel. Custodiado aborda su Lear Jet 45 nuevecito, ordena a su piloto privado que lo lleve a la ciudad de México para reunirse con líderes del PRD, partido al que pertenece. Calderón viaja rodeado del Estado Mayor Presidencial, los gobernadores con ropa y vehículos blindados, mientras la ciudadanía no tiene protección ante los ex militares transformados en brazos armados del narco.
Aquí mandan Los Zetas, parece ser la frase con que las autoridades se quedan al final del día. Nadie se salva, ni las grandes corporaciones cerveceras, amenazadas con bazucas, ni los gaseros de Zacatecas, ni los hoteleros de la Riviera Maya. Mientras, en el país se forman grupos paramilitares ante la desprotección del Estado. Miles emigran al extranjero para salvar la vida. Para los capos no sólo se trata del dinero: lo que les apasiona es apropiarse del poder formal, su guerra sí es contra la sociedad, así debilitan el poder del Estado. No sé si en México tenemos un Estado fallido, pero no hay duda de que en algunas regiones estamos padeciendo un Estado desplazado.
domingo, 25 de enero de 2009
Narcoimpuestos': Estado desplazado
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