lunes, 14 de enero de 2008

No es lo mismo, pero es igual


Mario Di Costanzo Secretario de la hacienda pública del Gobierno Legítimo


No es lo mismo, pero es igual

De acuerdo con la teoría económica, la inflación es la disminución del valor del dinero en relación a la cantidad de productos y servicios que se pueden comprar con ese dinero.
Para medirla se construye un indicador llamado “índice de precios” que debe incluir la totalidad de los precios de los productos y servicios que existen en la economía; es decir, los que la gente adquiere, mismos que van desde los productos que todos los ciudadanos “comunes” diariamente compran, como alimentos básicos o el uso del transporte público, hasta aquellos que los ciudadanos “no tan comunes” pueden adquirir, como son los diamantes, oro, aviones, caviar, etcétera.
Sin embargo, ya que es mucho más común que la gente compre alimentos en vez de diamantes, la importancia de la comida dentro del “índice de precios” debe ser mayor, que la de los diamantes, por ello, un aumento en el precio de los alimentos debe hacer crecer mucho más el “índice de precios” que un alza en el precio de los diamantes.
Esta situación se confirma con datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), según los cuales las familias mexicanas gastan en promedio 30 por ciento de su ingreso en alimentos, 18 por ciento en transporte, 15 por ciento en educación (a pesar de que debe ser gratuita), 9 por ciento en vivienda y el 6 por ciento en vestido, 6.5 por ciento en enseres domésticos, 4 por ciento en salud y el restante en otros gastos.
Esto cobra importancia porque durante los últimos días, muchos doctores en economía, analistas financieros, funcionarios de la Secretaría de Hacienda y hasta el gobernador del Banco de México, con el mayor descaro del mundo, han señalado que durante 2007 la inflación fue de apenas 3.76 por ciento, “cifra menor en 29 centésimas a la registrada durante 2006”.
Esto, en otras palabras, quiere decir que según ellos, este “índice de precios” creció, entre enero y diciembre del año pasado, solamente en 3.76 por ciento.
Sin embargo, recientemente, tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial señalaron que durante 2007 el crecimiento promedio de los alimentos fue de 36.7 por ciento, el de los energéticos de 48 por ciento, tan sólo productos como el frijol, trigo, harina de soya o el maíz, tuvieron alzas hasta del ciento por ciento.
Más aún, el propio gobernador del Banco de México, queriendo componer la farsa, aceptó que algunos alimentos y productos agrícolas habían registrado incrementos en sus precios de más de 86 por ciento.
Lo que es un hecho es que mientras en diciembre de 2006, el costo de una canasta básica de 42 productos era de 818 pesos, para diciembre de 2007 este conjunto de productos costaba ya mil 105 pesos; es decir, creció 35 por ciento.
Luego entonces, es absolutamente válido señalar que la inflación para muchos millones de mexicanos fue de 35 por ciento, ya que ésta se define como la disminución del valor del dinero en relación a la cantidad de productos y servicios que se pueden comprar.
Y que conste que enfatizo lo “que se pueden comprar” ya que, de acuerdo con los datos proporcionados por el INEGI, 70 por ciento de los 22 millones y medio de familias que existen en el país, viven con un ingreso mensual menor a 10 mil 600 pesos, es decir, con menos de nueve salarios mínimos. Por ello, lo que pueden comprar no va más allá de los productos popularmente conocidos como básicos o necesarios.
De esta manera, mientras que para muchos economistas este razonamiento no es lo mismo que lo que ellos entienden por “inflación”, para millones de familias la situación que enfrentan es igual a que el costo de la vida se hubiera encarecido en 35 por ciento, o bien que su dinero ahora le alcance para 35 por ciento menos de lo que hace un año podían comprar.
En otras palabras; mientras que para el gobierno no es lo mismo, para millones de mexicanos, es igual.
Ahora bien, si lo que he señalado no es cierto, entonces por qué Eduardo Sojo firmó un convenio con las tiendas de autoservicio para reducir en hasta 30 por ciento diversos productos básicos. Por cierto, dicho convenio será de muy corto alcance ya que todos sabemos lo que sucederá con los precios, cuando éste llegue a su fin en el mes de marzo.

http://www.jornada.unam.mx/2008/01/13/index.php?section=opinion&article=025a1eco

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