jueves, 23 de diciembre de 2010

Campeones en raterías

Alejandro Gertz Manero

22 de diciembre de 2010

En el campeonato mundial de corrupción volvimos a superar nuestro propio récord, al incrementar en 10 puntos el índice de inmoralidad pública del país en el “barómetro global de corrupción”, elaborado por Transparencia Internacional, siendo ésta la peor calificación que recibe México en los últimos 10 años.

Dicha evaluación ratifica que en esta República las ratas mandan, se despachan con la cuchara grande, se enriquecen a su antojo, se apoderan de lo que quieren y sólo tienen como límites los intereses y los botines de las otras ratas con las que finalmente se reparten sus atracos y delitos, o se arrebatan sus territorios de explotación a sangre y fuego, como lo vemos a diario.
Este es el reino de la impunidad donde el 98% de los delitos quedan sin castigo, los delincuentes se adueñan de la vida cotidiana, cobrando derechos de piso, de peaje y de “pernada”, y como ya se ha vuelto a ratificar a nivel mundial, los índices de corrupción crecen año con año y se fortalecen en la cerrada competencia global entre países y sistemas corruptos e inmorales.
Lo importante en este ámbito de venalidad es ser una verdadera y auténtica rata, lo cual es un signo de integración al sistema político que sufrimos, y en el cual sus detentadores demuestran su sensibilidad y virtuosismo políticos en razón directa de su rapacidad, su doble lenguaje y su capacidad de taparse y encubrirse los unos a los otros.
El universo sindical es territorio fértil donde las ratas tienen una oportunidad privilegiada para enriquecerse hasta el delirio, a través de la explotación inmisericorde de la borregada laboral, que cambia su irresponsabilidad y molicie con el trueque del encubrimiento y la protección a sus líderes rateros.

Las ratas pomposas del sector empresarial también compiten con gran éxito en la cerrada carrera por la destrucción de nuestro país, construyendo sus desmesuradas fortunas con el infortunio y la explotación de los usuarios de cualquier servicio, monopolio, concesión, o con la venta infame de nuestros bienes a las ratas extranjeras, con las cuales nuestros roedores empresariales comparten sus traiciones y atracos.

Entre los grandes intereses de nuestras ratas no puede faltar el futbol, que es el tema más popular en el país, donde las divas “rudas o cursis” se solazan en sus dengues, pataletas y fracasos, pagados con esplendidez, mientras sus dirigentes a diario se ponen en ridículo y se tragan cuanto sapo exista, siempre y cuando las ganancias se multipliquen y fluyan en sus bolsillos.

Se puede ser rata religiosa, decente y piadosa, para así poder despojar viudas o almas angelicales a las que se les pueda escamotear algún tesoro, a cambio de promesas celestiales o amnistías infernales; en un territorio donde es posible chapotear entre la pederastia, la incontinencia sexual o la esclavitud erótica, hundiéndose alegremente en los negros abismos de la perversión.

En este interminable camino rateresco, tenemos necesariamente que llegar a las joyas de la corona, al origen, a la esencia y al fruto ubérrimo de este sistema, que está encarnado en las autoridades, el gobierno, su policía y todos aquellos miembros de la élite del poder que se organizan y danzan alegremente alrededor del “mito genial” de un modelo en el que caben todas las ratas que tengan algo que aportar y un botín que compartir, en el mosaico privilegiado de una democracia inexistente, de un falso sufragio, de un falso compromiso y de un verdadero saqueo.
El único flanco débil de este sistema casi perfecto es que todas las ratas quieren vivir del atraco y del abuso, y para ello deben contar con una riqueza, que al irse agotando, como el petróleo de Cantarell, llega un momento en que el botín se reduce y ya no alcanza para todos esos saqueadores, que enloquecidos de avaricia olvidan sus antiguas complicidades y se enfrentan en una guerra feroz “de todos contra todos”, con sus consecuentes “daños colaterales” entre la población inocente, produciendo así los 30,000 muertos que ha sufrido el país.

En estas circunstancias parecería que no hay salida, pero eso no es cierto, ya que las ratas sólo prevalecen y se fortalecen cuando la inmensa mayoría de los mexicanos, que no son ratas, pero que sí son sus víctimas, se los permiten. Pero ello se podría revertir de inmediato el día que unamos nuestras fuerzas, les exijamos a esas ratas las cuentas que nunca han rendido y castiguemos ejemplarmente a sus líderes y símbolos más evidentes, y para ello sólo se necesita la voluntad colectiva expresada en la desobediencia civil con la que Gandhi derrotó al gran imperio de las ratas extranjeras en la India.

editorial2003@terra.com.mx
Doctor en Derecho



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