Un extenso sendero de espinas, plagado de intrigas, amenazas de muerte y la persecución de grupos caciquiles, según su confesión, debió recorrer el sacerdote xalapeño Alfredo Jiménez Hernández antes de arrojar el hábito religioso en la explanada principal de Tetelcingo, un pueblo olvidado en la zona más agreste de la sierra de Coscomatepec.
Y con un futuro que promete una cercanía más estrecha con el poder público, asienta: no busco cargos eelctorales.
Sin arrepentimiento –ayudé a los pobres, como dice el Evangelio– a un año y cuatro meses de separse de la vida sacerdotal, el cura rebelde, como fue calificado en la Iglesia católica, admite que en plena efervescencia social, con amagos de enfrentamientos violentos entre sus fieles y seguidores de los caciques, además de la advertencia eclesiástica de retirarle la bendición, se cuestionó: “¿Obedezco al obispo o a Dios? Preferí seguir a Dios, y a los pobres. Ellos me mandan”.
Con voz pausada y hurgando en el recuerdo, la breve figura del padre Alfredo expulsa sus palabras: “cuando llegué a Tetelcingo, después de una procesión por parroquias de la zona centro de Veracruz, sólo encontré miseria y hambre. Una marginación que dolía”.
Admite que en consonancia con la palabra de Jesús “me puse a trabajar. A organizar a los campesinos. Hacía falta todo”.En principio, acudió ante el presidente municipal de Coscomatepec, en ese entonces, pero no lo escuchó y “fue más arriba”.
Y arriba, como dice, encontró una mano extendida. El gobierno del estado abrió los programas de ayuda y comenzaron a llegar a Tetelcingo sillas de ruedas, paquetes de láminas, despensas, educación, salud, pero, también la discordia y el enojo. La mejor calidad de vida para cientos de campesinos pronto se tradujo en el nacimiento de un viacrucis para Jiménez Hernández. El obispo de Córdoba, Eduardo Patiño Leal, lo llamó y sin más le dictó su penitencia: “No te metas en eso”.
Pero lo ignoró.
Semanas después, amplió el castigo: “Te quito la parroquia. Tienes 17 días para abandonarla”. Y lo amenazó: “ya veré que hago contigo. Has cometido graves irregularidades”.
Aturdido, señala, regresó a Tetelcingo a avisar a las comunidades bajo su responsabilidad religiosa y ahí inició la convulsión social. Católicos de la sierra de Coscomatepec se organizaron y declararon la rebelión. Intentaron linchar a los caciques del pueblo por levantar intrigas, como la difusión de una carta aparentemente firmada por el padre Alfredo que promocionaba el voto a favor de los candidatos del PRI en las elecciones del 2007 y que, también, se quedaba con las limosnas.
En mayo de 2008, Alfredo Jiménez Hernández convocó a los fieles y leyó el rosario de sus reclamaciones, antes de anunciar el retiro del sacerdocio.
Punto por punto, contestó al obispo Patiño Leal.
“Me acusan de graves acusaciones. Graves las que realiza el padre Gerardo Sánchez Amador por su alcoholismo, sus hijos de Río Blanco y un hijo en Córdoba. Aun más grave porque el obispo y el padre Javier Rodríguez lo saben y lo encubren. El caso del padre Benito Olivares con su mujer, la cual ha presentado como su tía en Chocamán engañando a la gente; el caso del padre que violó a un joven seminarista, que me llegó en un sobre cerrado; el caso del padre que hizo abortar a una de sus mujeres; la historia amorosa del padre decano y sus romances con un padre de Xalapa en la etapa del seminario menor. Casos todos estos que, el primer obispo de Córdoba, no atiende. Eso sí es realmente grave”.
Y aclaró otra acusación del obispado:
“El padre que me visitó y que ocasionalmente me auxilió es sacerdote legitimamente ordenado y no ha sido reducido al estado laical ni suspendido del estado clerical. No es esta su jurisdicción, pero sacramentalmente sí puede ofrecer en caso urgente y extrema necesidad algunos sacramentos”.
Negó también, y en más de tres ocasiones, abandono de sus tareas en la parroquia “porque tenía que atender 29 comunidades rurales. Y es difícil. El obispo Patiño lo conoció porque en una ocasión en el jeep que viajábamos se ponchó”.
–¿Y del documento que lo involucra en asuntos políticos, con la solicitud de apoyar a candidatos del PRI?
–Quiero declarar que no es auténtico.
En el acto de despedida en Tetelcingo, el padre Alfredo cuestionó el destino de un millón de pesos donado por una familia de Córdoba al arzobispado y rubricó:
“Pienso que el sacerdote debe vivir con los pobres, sufrir con ellos su marginación, su dolor, sus enfermedades y su hambre. Estas circunstancias nos mueven a dialogar con quien sea necesario para ayudar a nuestra gente y dar la vida por ellos. Sólo quien los ve caminar en el lodo, comer tortilla dura con sal, quien ve el grado de desnutrición y al enfermo morirse llorando con llagas en la piel en un catre con tablas, cobijas rotas y sucias, puede pensar en dar la vida por ellos. Se nota una gran desigualdad”.
A más de un año de su ingreso a la vida civil, Jiménez Hernández refresca esas imagenes y las coloca en el presente:
“Había niños, mujeres y ancianos que lloraban. Me abrazaban. Me gritaban. No te vayas padre, me reclamaban”.
Con ojos enrojecidos, Jiménez Hernández traza su futuro: seguiré luchando por la gente humilde, por los niños. Lo merecen.
A partir de entonces, mayo de 2008, el ahora ex cura rebelde peregrina por oficinas de gobierno estatal y federal para levantar ayudas que envia a Tetelcingo “ y a toda la sierra de Coscomatepec. Están muy mal, la pobreza es extrema. Y les llevo de todo, no me quedo con un peso, como sospechaba el obispo Patiño”.
Distinguido con la amistad de funcionarios de gobierno –el subsecretario Francisco Portilla Bonilla cortó el listón inaugural de una oficina de gestión en Coscomatepec, a principios de mes–, Alfredo Jiménez Hernández admite que unicamente lo mueve el interés por rescatar de la miseria a campesinos de las tierras frías de la sierra de Coscomatepec, no la cuestión política.
Y dicta su letanía.
–No quiero la alcaldía de Cosco, ni un cargo público.
–¿Los campesinos de esa zona deben creerle? –se le interroga.
–Sí –contesta secamente.
Sin embargo, en unos meses se conocerá si aprendió el arte de mentir o la transparencia reclamada en el púlpito sigue presente en su encuentro con la vida mundana, porque las elecciones municipales se avecinan.
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