Laura Itzel Castillo
29 de octubre de 2007
Cuando el cemento nos alcance
Los pueblos de Morelos han demostrado su vocación por la libertad, la justicia y la democracia. En esa hermosa región han dejado sus huellas hombres de la talla de José María Morelos, Emiliano Zapata y Rubén Jaramillo. Durante la invasión de Estados Unidos en 1846-1847, durante la época de la Reforma y más tarde, en la Revolución, el estado fue bastión de la libertad.
A pesar de ello, la constante en la entidad ha sido la lucha entre los hacendados, primero, y gobiernos, ahora, y los pueblos defensores de su libertad, de sus tierras, sus recursos naturales y su identidad histórica. En todas las disputas sociales hay elementos en común: una visión unilateral de los gobiernos que ignoran la voz de los pueblos, su cultura y el medio ambiente, y la falta de planeación desde una visión de desarrollo urbano integral.
Bajo esta lógica, en el surponiente del estado de Morelos se pretende desarrollar una ciudad de fines de semana, con la edificación de 50 mil viviendas en una zona donde se ubican cuatro mantos acuíferos. La construcción de fraccionamientos obedece a un brutal proceso de urbanización que avanza aceleradamente sobre importantes extensiones de tierra de cultivo, áreas de reserva natural y zonas de recarga y de abastecimiento acuífero, lo que pone en riesgo la actividad productiva agropecuaria de buena parte del estado y su equilibrio ambiental.
Estos desarrollos forman parte del llamado nicho comercial turístico de segunda vivienda que oferta, de manera masiva, casas de interés social de pésima calidad (claro, con alberca) en fraccionamientos fantasma, que son ocupados en menos de 30% de su capacidad como dormitorios de fin de semana. Ello representa, además, una competencia desleal para el sector turístico, ya que no pagan los impuestos hoteleros. El Infonavit y el Fovissste son parte de este esquema mercantil, ya que en lugar de dar vivienda digna a los trabajadores en su entidad, ofrecen créditos más económicos en zonas turísticas para viviendas que se encuentran deshabitadas durante la mayor parte del año y que en muchas ocasiones acaban siendo abandonadas por la imposibilidad de mantenerlas.
Este caos urbano se debe en buena medida al pago de facturas políticas a empresas como Ara, Mexhom, Urbasol, Sare y Geo, entre otras, y al programa de desarrollo urbano estatal que promueve la especulación inmobiliaria, la extracción insaciable del agua, el cambio radical de uso de suelo y un crecimiento urbano salvaje. Basta ver desde la Autopista del Sol, a la altura de la caseta de Alpuyeca, un desarrollo semejante a un cementerio habitacional. ¿Hasta cuándo acabará este desorden? ¿Hasta que el cemento nos devore?
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