MARIO ÉDGAR LÓPEZ
El problema de la confiabilidad de las encuestas es fundamentalmente un problema de esencias y no de método. Las encuestas parten de un presupuesto básico: la opinión pública existe, como una especie de pensamiento promedio que deriva en un consenso. Valdría la pena reflexionar la validez de dicho presupuesto antes de comenzar a cuestionar la técnica de levantamientos de datos y su interpretación; lo cual es secundario frente a esta apuesta fundamental, de la que parten las compañías encuestadoras y que se instala en el imaginario de los ciudadanos en general. No se trata, pues, de que algunas encuestas utilicen métodos más objetivos o con mayor rigor técnico, para así volverse más confiables en cuanto a la generación del consenso público. Se trata de si en realidad existe la opinión pública.
Sobre el asunto, es clarificador seguir el pensamiento del sociólogo francés Pierre Bourdieu. Para Bourdieu todas las opiniones parten de una posición particular de las personas, es decir, desde una realidad social diferenciada, con su propia historia y su propia experiencia, la cual no puede promediarse con otras posiciones, porque su principio es la diferenciación y no principalmente la homogeneidad social (aunque quizá pueda existir cierta idea de homogeneización cuando las personas opinan desde un campo específico que comparte con otros pares: su campo laboral, su campo estudiantil, su familia, etcétera, y sin embargo también en esas circunstancias, pensar en promedio, se traduce por lo general, en la obediencia a una opinión impositiva de quien representa la respectiva autoridad). Bajo este análisis, los datos levantados en las encuestas de opinión pública son perfectamente incomparables.
Para Bourdieu, entonces, un análisis riguroso del funcionamiento y las funciones de las encuestas de opinión, implica sobreponerse al efecto de un presupuesto superficial, el cual propone la existencia de algo a lo que se le pretende llamar “opinión pública”. Para desarrollar un verdadero acercamiento sociológico al asunto, Bourdieu plantea que es necesario desglosar el presupuesto básico mencionado, en tres supuestos que están detrás de todas las encuestas de opinión:
Se supone que todo el mundo puede tener una opinión; dicho en otras palabras, se supone que opinar está al alcance de todos.
Se supone que las opiniones de los diversos agentes que participan tienen el mismo valor a la hora de hacer el sondeo o la encuesta.
Se supone que existe un acuerdo tácito sobre las preguntas que vale la pena hacer y las que no.
Estos tres supuestos muestran el límite real que tienen las encuestas. En primer lugar, no todas las personas pueden tener una opinión consistente sobre un asunto particular (ni siquiera cuando se trata de elegir por quién votar); en todo caso, una persona tiene más y mejores opiniones sobre un problema cuanto más interesada se encuentra en el problema. De hecho la organización de aquellas opiniones que han incorporado una verdadera reflexión, se dan a partir del acceso a ciertos campos de especialización y para acceder a uno de estos campos hay que aprender un lenguaje especializado en particular (¿puede alguien tener una opinión reflexionada a profundidad, sobre la totalidad de una propuesta de gobierno, integral y compleja, que incluye una propuesta de política económica y a la vez de política exterior, de política social, de política cultural, etcétera?). En todo caso se podría pensar que son los expertos que participan en los campos: economistas, politólogos, sociólogos los que, supuestamente, podrían opinar mejor sobre sus materias de competencia y aun entre ellos habría más diferenciación que homogeneización. Lo anterior no significa que aquellos que no son expertos no tengan derecho a opinar sobre temas públicos, pero sí infiere la necesidad de agregar información y reflexión a las opiniones, para no dejarse avasallar con la idea de que lo que más pesa en la decisión es un pensamiento promedio al que se le llama opinión pública.
Sobre el segundo supuesto, habrá que decir que, en el espacio social hay jerarquías, hay poderes fácticos o reales (empresariales, de la clase política, etcétera), hay posiciones de intereses grupales, hay concentración de diversos capitales en el campo de poder, de ahí que existan opiniones que pesan mas que otras: no todas las opiniones tienen el mismo valor a la hora de una encuesta, en ciertos campos, la opinión de un solo y poderoso agente puede pesar más que la de miles. De ahí el papel de los expertos que salen en televisión o de los escándalos políticos, los cuales son capaces de cambiar el rumbo, la percepción que hace unas horas se tenía sobre alguien: no cabe duda que esa opinión pesa en el sentido que toman miles de opiniones que no están informadas. Pero estos “golpes mediáticos” no logran hacer que la opinión personal sobrepase un nivel superficial, de hecho quien se guía por informaciones instantáneas se mantiene en el nivel superficial y no de fondo. Agregar información y reflexión a la opinión personal, requiere más información de la que dan los noticieros.
En tercer lugar, no existe ninguna prueba que nos indique que las preguntas alrededor de las cuales se encuesta a los ciudadanos sean las más importantes (por obvio que esto parezca), en realidad se trata de preguntas seleccionadas por los expertos encuestadores, y detrás de ellos, por su clientela, quienes a su vez están posicionados desde algún lugar del espacio social y ambos carecen de la objetividad necesaria (de hecho nadie puede decir que goza de total objetividad, que no tiene partido, que no tiene alguna influencia o sesgo). Toda pregunta tiene algún nivel inductivo, tan es así que el propio método inductivo, utilizado en diferentes hermenéuticas, está basado en preguntas.
Según Bourdieu, el sondeo de opinión es, finalmente, un instrumento de acción política y su función más importante es precisamente, no la encuesta misma, sino la imposición de la idea de que existe una “opinión pública”. A este efecto, que busca generar la encuesta, se le llama efecto de consenso o, para decirlo con el lingüista Noam Chomsky, se trata de una generación del “consentimiento” social; término que quizá sea aún más descriptivo, ya que dar un consentimiento a alguien, no es lo mismo que consensuar, que armonizar. Al oficializar la idea de que existe una opinión pública, se busca agregar un proceso de legitimidad a cierto lado del poder –que por cierto, se trata generalmente de aquel lado que más poder concentra–, al hacer intervenir una especie de voz divina: el pueblo ha dicho. Éste es un asunto complejo, no fácil de explicar, pero importante de reflexionar.
Una primera solución ante esta idea impositiva de la opinión pública promedio, es que los ciudadanos agreguen mayor información y mayor reflexión a sus opiniones, tarea que no es fácil porque cada persona tiene distintas demandas en la vida cotidiana. Sin embargo la opinión expresada, desarrollada e incluso movilizada en diversos espacios individuales y grupales (laborales, de amistad, familiares) puede ser un comienzo para subir el nivel de información y reflexión de las opiniones personales, con el fin de evitar que se impongan los “golpes mediáticos”, que son capaces de modificar el sentido de la opinión desinformada en un instante. La opinión ciudadana que agrega información y reflexión sobre sus apuestas, puede desarmar al poder impositivo, de donde quiera que éste provenga.
Fuente: La Jornada de Jalisco