■ Ovaciones de empleados de la embajada opacan a manifestantes
■ “Soy un purépecha que supo sorber de la sabiduría de Tata Vasco”
Armando G. Tejeda y Claudia Herrera Beltrán (Corresponsal y enviada)
Madrid, 11 de junio. El protocolo estipulado para las visitas de Estado en España sigue siempre el mismo guión que, en el caso de Felipe Calderón Hinojosa, se alteró ligeramente para reforzar las medidas de seguridad en torno a la figura presidencial, sobre todo en las inmediaciones del Congreso de los Diputados. El temor: que llegaran hasta las puertas del hemiciclo los grupos de manifestantes y defensores de derechos humanos que querían llamar la atención sobre la otra realidad de México: la sistemática violación a las garantías, la impunidad generalizada y la ausencia de medidas gubernamentales para acabar con estas lacras.
Así, mientras el mandatario se trasladaba en medio de una coraza de seguridad integrada por centenares de policías españoles y mexicanos, españoles y mexicanos anónimos intentaban infructuosamente acercarse por lo menos a la embajada de México, a un costado del Parlamento, para entregar una carta en la que reclaman “justicia” para el caso de Cristina Valls, ciudadana española que fue violada, golpeada y expulsada de México tras los altercados de San Salvador Atenco, en 2006. Tarea imposible.
Antes de pisar tierra española, cuando el avión presidencial TP-01 empezó a sobrevolar territorio de la península, dos aviones caza del Ejército español escoltaron la comitiva presidencial, como siempre hacen con los representantes de otros países que son recibidos como jefes de Estado.
En Madrid, el presidente Calderón y su esposa, Margarita Zavala, se alojaron en el palacio de El Pardo, antes residencia de verano de Francisco Franco, que fue decorada con una bandera de México, así como todas las calles por las que pasó el mandatario, incluida la emblemática glorieta de La Cibeles. A su llegada fueron recibidos por los reyes Juan Carlos y Sofía que, acompañados por sus invitados, pasaron revista a la guardia real.
Concluido el protocolo, los integrantes de la comitiva presidencial trataron de entrar en confianza con sus homólogos españoles. Uno de ellos fue el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, quien conversó con Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid, sobre la reciente corrida donde triunfó José Tomás. “Hombre, que ha cortado cuatro orejas”, comentó su interlocutora.
Después de su primera escala, Calderón y su esposa fueron trasladados en el Rolls Royce que utiliza la Casa Real para este tipo de visitas hasta las puertas del Congreso español. Ahí no sólo le esperaban los centenares de policías movilizados para que nada entorpeciera la primera jornada del mandatario, sino también decenas de trabajadores de la embajada de México, situada justo enfrente del Parlamento, que se colocaron estratégicamente –no se sabe si a petición expresa de sus jefes– y comenzaron a vitorear al mandatario y lanzaron enérgicos y sentidos “¡Viva México!”
Calderón fue recibido luego a las puertas del Congreso español por su presidente, José Bono, con quien escuchó cómo una banda de música entonó el Himno Nacional mexicano, primero, y el español, después. De la comitiva presidencial, una de las presencias que más llamó la atención fue la del cantante de ranchero Pepe Aguilar, quien se espera interprete el Himno Nacional en la Expo Zaragoza.
Mientras Calderón y la comitiva mexicana, incluido el español Antonio Solá, eran agasajados por las máximas autoridades del Congreso, un grupo de unas 30 personas intentaban abrirse paso y superar los controles policiales de las calles aledañas al Congreso. Su objetivo no era increpar al mandatario ni desplegar pancartas contra su gestión. Simplemente querían entregar una misiva ante la sede diplomática dirigida al Presidente, al que instaban a poner los medios necesarios para depurar responsabilidades sobre la violaciones y vejaciones sufridas por Cristina Valls. La carta fue finalmente entregada en la embajada, sólo que unos minutos después de que el Rolls Royce de la Casa Real trasladara a Calderón al palacio de El Pardo, donde el mandatario y su esposa se vistieron de etiqueta para asistir como invitados principales a una cena ofrecida por los reyes de España, Juan Carlos y Sofía, en su residencia oficial: el Palacio Real.
Vestido de riguroso frac, él, y ella con un vestido largo acompañado por un reboso negro, fueron recibidos por la familia real, incluidos los príncipes de Asturias, Felipe y Letizia, así como el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. En un fastuoso salón decorado con gobelinos, grandes espejos y alfombras con estampados bordados en oro, fueron agasajados con un menú en el que se incluía, entre otras exquisiteces, lomo de bonito al horno con salsa de pimiento y un centro de solomillo a la mostaza antigua.
La mesa, puesta con una lujosa vajilla y cubiertos de plata, fue compartida con 130 comensales, entre ellos los empresarios mexicanos Emilio Azcárraga Jean, dueño de Televisa, además de Valentín Diez Morodo y Antonio del Valle. Ahí, mirando de frente al rey Juan Carlos, el presidente de México se presentó a sí mismo como un purépecha que supo sorber de la sabiduría de un “español ejemplar”, Tata Vasco. Después del postre, que consistió en hojaldre de frutas y cabello de ángel, y de brindar por el futuro de las relaciones entre los dos países, Calderón y su esposa regresaron al palacio de El Pardo.
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