La identidad de los nahuas fortalece su movimiento
Fuente: La Jornada de Michoacán
ERICK ALBA
En la concepción de Alejandro Martínez de la Rosa, etnomusicólogo especializado en la expresión del sector nahua michoacano, en el conflicto que mantiene la comunidad de Ostula para recuperar las 700 hectáreas presuntamente arrebatadas por pequeños propietarios de La Placita, existe un elemento que aún no es analizado: el peso de la cultura como detonante de la autodefensa territorial, a pesar de que el factor de la cultura y la tradición no es nada nuevo en este tipo de acciones, pues los propios comuneros en pie de lucha lo utilizaron en el pasado como estrategia preventiva contra especuladores que buscaron apoderarse de sus predios para obtener beneficios a través de la comercialización turística.
Después de visitar continuamente a las poblaciones que hoy están en disputa, con la intención de publicar dos discos con música tradicional náhuatl y un DVD que registra las danzas tradicionales (y que podrían ponerse a la circulación en los próximos meses), Martínez de la Rosa encontró que el bagaje cultural en la Costa náhuatl michoacana funciona en este momento como propulsor para la defensa territorial, pues las poblaciones que cuentan con una agenda cultura más abultada son también las que presentan mayor oposición a que personas ajenas se apoderen de sus espacios.
“El que ellos cierren la carretera por (la sector de) El Duín me parece que es un fortalecimiento de su identidad; esto ya lo ha tratado John Gledhill en el libro Cultura y poder (Colmich) y dice justamente que la gente de Ostula ha sabido moverse y aunque tiene factores culturales que ya no son náhuatls, de todas maneras han fortalecido mucho su territorio. Creo que parte de las fiestas y parte de la identidad de los náhuatls fortalece el movimiento que tienen contra los pequeños propietarios”.
Según el también doctor en etnomusicología por la UNAM, la apertura carretera que vivió la Costa nahua michoacana en la década de los 80 trajo consigo el arribo “de mestizos que llegaron a poner palapas y tiendas”, lo que alertó a los indígenas sobre la creciente invasión en sus predios y que les obligó a abandonar sus principales comunidades ubicadas en la sierra (Aquila, Pómaro, Ostula y Coire) para defender su territorio en las playas de Maruata y El Duín:
“Cuando se hace la carretera que está a pie de playa (los nahuas) empiezan a mandar a sus familiares a poblar las playas porque los mestizos estaban tratando de comerciar con la gente que circulaba por la carretera nueva”, explicó.
La repercusión cultural de esa movilización forzada derivó entonces en que lugares de playa como Cachán de Echeverría, Colola, La Ticla y El Duín se convirtieran en sedes alternas para las fiestas rituales y paganas que conforman la agenda anual de ese sector indígena, aunque sin la fastuosidad que tienen las mismas fiestas en las comunidades serranas.
“Lo que está en la idea de ellos es que lo foráneo es capital extranjero, tienen muy metido que los extranjeros vienen a apoderarse de las riquezas de la Costa. Gerardo Sánchez (historiador y actual director del Instituto de Investigaciones Históricas en la Universidad Michoacana) menciona que sí ha llegado gente del extranjero que se interesa por la metalurgia o por bienes forestales, y hubo varios proyectos fallidos. Yo creo que este tipo de tradiciones fortalece la identidad, no es raro que las poblaciones que tienen un calendario festivo más fuerte, como Ostula, sea la que cierre la carretera porque están conscientes de lo que tienen, de lo que vale su cultura y la defienden”.
Una lucha solitaria
Pese a la lógica que contienen las afirmaciones de Alejandro Martínez, existe otra realidad estatal que habla sobre el desdén de las nuevas generaciones de indígenas michoacanos hacia la solidaridad con etnias distintas a la suya, pues el investigador puso como ejemplo, en un plano general, la actitud que guardan los estudiantes de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán, en donde el mismo Martínez de la Rosa fue docente:
“En estas dos generaciones que van de inscritos hay sólo una chica de Coire, los demás son purépechas y del Oriente (mazahuas y otomíes). En cuanto a la sensibilidad de ellos ante estos problemas, es difícil responder: en los jóvenes purépechas hay cierta tendencia a decir que (la tradición) es cosa de viejitos, pero por otro lado, también reacción a grabaciones o textos cuando hablan de sus pueblos y lo consideran valioso; creo que están en ese punto de crisis, tienen de 18 a 22 años, tienen su Ipod con música de banda en español y en purépecha, mientras que lo de las danzas lo ven todavía lejano. Creo que la Universidad cumple la labor de ponderar las tradiciones de ellos, y por ahí va bien, pero eso no quita que (los alumnos) prefieran escuchar todo el día música de banda, es ambiguo”, puntualizó.
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