BAZAR DE
La interpretación popular
“Mira mi patria querida, nomás cómo va quedando, que a sus hijos más valientes, todos los van traicionando: ¿dónde está el jefe Zapata, que su espada ya no brilla? ¡Dónde está el bravo del norte, que era don Francisco Villa! Fueron líderes primeros que empuñaron el acero, hasta subir al poder a don Francisco I. Madero. ¡Pero que iluso Madero! ¡Cuando se subió al poder, a Pancho Villa y Zapata los quiso desconocer! No conozco candidato que no sea convenenciero ¡Cuando llegan al poder, no conocen compañero!”.
Este corrido expresa la interpretación popular que escuchábamos de nuestros mayores en las tertulias familiares: la exactitud y el rigor histórico de esta visión se pueden discutir, pero, indudablemente, manifiesta elocuentemente que en la conciencia y en el ánimo de los sectores populares la versión oficialista de la historia nunca fue aceptada y, por el contrario, la lírica popular reaccionaba con agudeza y lucidez ante lo que consideraba una deformación de la verdad. Daba por ello a conocer su propio veredicto sobre los hechos, a través de sus limitados medios, afuera del discurso oficial y de los libros de texto.
Desde temprana edad nos llamaba la atención un hecho que puede documentarse con una somera revisión de los textos de historia que se leyeron en las escuelas primarias oficiales durante gran parte del siglo XX, así como en los libros de texto gratuitos que, a partir del gobierno del licenciado Adolfo López Mateos, se nos entregaron a los alumnos que cursamos la educación básica desde los años sesenta: en sus páginas apenas existía alguna fugaz y escueta mención a los caudillos que nosotros conocíamos a través de los corridos y las leyendas: Villa, particularmente, era el gran marginado de la historia oficial y de un discurso político que basaba en
La versión de los libros de texto y de la oratoria se esforzaba por exaltar a don Francisco I. Madero, a don Venustiano Carranza, a los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. No deja de ser significativo asimismo el testimonio, contundente, de los monumentos públicos. En esta capital, durante generaciones no se erigió monumento alguno a Villa, esto contrastaba con el de Obregón, majestuoso templo art déco diseñado por el arquitecto Enrique Aragón Echegaray, con esculturas de Ignacio Asúnsolo. Su construcción comenzó en junio de 1934, durante la presidencia del general Abelardo L. Rodríguez y se inauguró el 17 de julio de 1935, ya bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas.
El testimonio del licenciado Jacobo Zabludovsky, que expresó en su programa radiofónico “De una a tres” durante una entrevista con las historiadoras Rosa Elia y Guadalupe Villa, nietas del divisionario, es elocuente y esclarecedora: “Cuando quisieron ponerle el nombre de su abuelo a una avenida de México, hubo una reacción inmediata. De esto hace unos sesenta años y no le pudieron poner ‘Pancho Villa’ a la avenida y la dejaron en ‘División del Norte’”. El experimentado periodista recordó también sus propios tiempos de estudiante: “Cuando yo estaba en
La confusión de Schettino
Como podemos comprobar, ni los sectores intelectuales ni los populares aceptaron jamás las versiones oficiales sobre
El elogio de Roger Bartra, en “Letras libres” para el libro del académico del ITESM-CCM, “Cien años de confusión: México en el siglo XX”, (Taurus, 2007) es tan errática como el propio discurso de Schettino, lo que no es de extrañar en una revista dirigida por el poco riguroso ensayista Enrique Krauze: “
Como hemos demostrado en este breve recuento, lejos de alimentar la mitificación del movimiento que, para bien y para mal, definió al México del siglo XX, la generación de los intelectuales que participaron o presenciaron
El profesor Schettino, sin argumentos para defender sus afirmaciones ante mis cuestionamientos en aquel intercambio, el segundo que sostuve con él, había contestado: “Lamento que no entienda... no es mi culpa... es culpa del sistema educativo... Les llenan la cabeza de mitos, y les hacen imposible pensar... Pero lo seguiré intentando.. Saludos, MS” (14 de abril de 2008).
A tan desamparada afirmación tuve que responder en estos términos: “Le comento que, lejos de no entenderlo, lo comprendo a usted y a sus teorías mejor de lo que usted mismo cree (...) Le tengo noticias: la crítica más aguda, profunda, rigurosa y lúcida hacia
Como hemos visto, “El cuento que nos contaron”, “los mitos con los que nos llenaron la cabeza”, de los que habla, con nulo rigor y evidente frivolidad el profesor Schettino, nunca nos lo creímos los mexicanos que asistíamos a las escuelas oficiales. La causa es evidente: confiábamos más en las fuentes familiares y comunitarias que en las plumas de unos desconocidos que terminaban por resultarnos antipáticos. Desconfiábamos instintivamente de los diarios, de los noticieros, de los oradores, de los libros de texto. Los corridos y las palabras de los abuelos nos resultaban más dignos de crédito. De no haber sido de esa forma, si la errática tesis del académico del ITESM-CCM tuviera razón –que aceptamos acrítica y mansamente la verdad oficial--, el general Francisco Villa, desterrado de la historia oficial desde los días en que Obregón gobernaba a la república, se hubiese quedado en el olvido absoluto allá por 1940; de acuerdo a esta lógica, el hoy casi olvidado Álvaro Obregón se hubiese convertido en un héroe de gran arraigo popular.
La falta de rigor se advierte asimismo en el desconocimiento que el profesor Schettino demuestra sobre los hechos históricos: cuando afirmó en uno de sus artículos que “ninguno de los grandes héroes de
Pero, sobre todo, las evidentes carencias del profesor Schettino le faltan al respeto a la memoria del bravo general don Lauro del Villar, quien con un puñado de leales se enfrentó con arrojo y eficacia a los golpistas, pagando su hidalguía con la vida. El general Francisco L. Urquizo relata este episodio en “Tropa vieja” y en “Memorias de campaña”. El general del Villar pertenecía al Ejército federal y supo cumplir cabalmente con su deber. No era un revolucionario, pero fue un soldado digno. Si el profesor Schettino ignora estos hechos, la seriedad de sus conocimientos queda todavía más en entredicho; si conoce tales acontecimientos y los calla, el problema es entonces de ética intelectual.
Lo que hay detrás
Las afirmaciones de los articulistas como el profesor Schettino y el investigador Bartra no responden a un genuino afán de “revelar la verdad”, sino a una evidente intención ideológica: representan al actual grupo gobernante, necesitado de un discurso que le otorgue legitimidad social, filosófica e histórica; no se trata de ningún nuevo régimen, sino una prolongación del anterior, de orientación neoliberal durante sus sexenios finales. Se halla tan lejos de los intereses populares como lo estuvieron Salinas y Zedillo. Por ello, sus voceros tratan de descalificar a
Pero, como dicen los viejos versos: “El pueblo canta a sus héroes en corridos y jamás entona nada para los héroes fingidos, que con engaños se elevan para hundirse en los olvidos. ¡Para saber quién es quién, hay que escuchar los corridos!”
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