Por: Alejandro Kirk
En los años 80 apareció por las parroquias de Puerto Príncipe un joven cura revolucionario, diminuto, con la capacidad de electrizar a los feligreses: Jean Bertrand Aristide, conocido en Haití simplemente como "Titide".
Sus arengas eran tan temidas por la dictadura, primero de Jean Claude Duvalier, y luego de los generales que le sucedieron, que mandaban a sus Tonton Macoutes -la CNI duvalierista- a matarlo, pero nunca lo encontraban.
Tidide se refugiaba en los ranchos miserables de la gente pobre que lo veneraba, pero los esbirros pensaban que se convertía en un perro chico y negro que se vio escapar de un templo en una de las redadas. El régimen ordenó entonces matar a todos los perros negros de Haití.
En 1986 las revueltas populares hicieron huir a Jean Claude Duvalier como la rata que es, a disfrutar en Francia del dinero sacado de la sangre -literalmente- de sus compatrtiotas, por él y antes que él por su padre, Francois Duvalier, o "Papa Doc", quien de médico de los pobres se convirtió en uno de los sátrapas más crueles de la larga historia de crueldades en Haití.
Los militares continuaron el régimen, pero Aristide mantuvo la lucha y condujo a su pueblo a nuevos levantamientos que obligaron a convocar a elecciones, que Titide ganó en 1991 con 60 por ciento de los votos. Pronto fue derrocado, por un generalote llamado Raoul Cedras, y sólo fue reinstalado en el poder en 1994 por una fuerza militar norteamericana, tras una intensa campaña internacional.
Esta fue la primera y única invasión yanqui saludada con vítores por los haitianos, que pintaban en los muros la imagen de Tiide y los helicópteros con la esperanzada consigna (en creole, el idioma haitiano) "Vive Titide, vive mangé" (Viva Aristide, viva la comida").
Había una trampa, sin embargo: Aristide fue restablecido en el poder cuando sólo le restaban meses de su mandato, y se le negó la posibilidad de culminar su período, asi como de postular a la reelección. Él apoyó entonces a su compañero de lucha, René Préval, que ganó gracias a eso y prometió gobernar en conjunto con él.
Pero la segunda condición del restableciminto democrático era que Haití se mantuviera en las mismas condiciones económicas que habían generado su invencible pobreza: un Estado débil, mendigo y entregado a las órdenes del FMI y el Banco Mundial.
En 2001, Aristide vuelve a vencer las elecciones para iniciar un proceso de independencia y soberanía, alejándose del imperio y acercándose a Cuba y Venezuela, los únicos países que habían proporcionado a Haití asistencia sin condiciones (medicina cubana y petróleo venezolano).
Como era de esperarse, nuevamente los militares y la pseudoburguesía haitiana promovieron otro golpe de Estado. Con la complicidad de Francia y Estados Unidos, secuestraron al Presidente y lo exiliaron en Sudáfrica. Luego llegaron, con cobertura de Naciones Unidas, los paracaidistas franceses y los marines norteamericanos a imponer "la paz" a balazos. En esta operación participó Préval, el "amigo" de Aristide, que obtuvo asi una nueva posibilidad de ser Presidente.
Chile es uno de los países que contribuye tropas para la llamada "Misión de Estabilización" de la ONU en Haití, cuyo único logro aparente hasta ahora es avalar elecciones fraudulentas, reprimir manifestaciones y sobre todo impedir el regreso del Presidente legítimo.
En algunos foros de la prensa de Santiago he leido la opinión -prácticamente unánime- de que los militares chilenos en Haití están "enseñando" a ese pueblo las prácticas que disfrutamos aquí. Es para quedarse perplejo: ¿los militares que siguen adorando a Pinochet y siguen celebrando el golpe de Estado de 1973, son profesores de democracia en otros países?
Es por este contexto que no sea tan sorprendente la noticia de que uno de los más sanguinarios violadores de los derechos humanos, Jean Claude Duvalier, regrese con toda pompa a Haití, sea recibido en el salón VIP por las autoridades, y escoltado por las fuerzas de la ONU, las mismas que han anunciado el arresto de Aristide si se le ocurre volver.
Con ayuda de la ONU, el asesino está de regreso, listo para la venganza, y Aristide debe masticar su exilio. Pero el pueblo haitiano puede ser pobre y analfabeto, pero nunca ha sido indigno. Eso lo comprueba quienquiera viaje hasta allá y camine por las calles llenas de basura, que contrastan en franca grosería con los armatostes 4x4 de los libertadores de la ONU.
Habrá nuevas rebeliones y nuevas masacres, eso está garantizado. La figura de Aristide se ha elevado en estos años a la de un apóstol en las barriadas azotadas por la represión, el terremoto y el cólera, en Cité Soleil, Les Salines o BelAir.
En Haití 90 por ciento de la población sobrevive día por día. En las calles no sólo contrastan con la pobreza circundante los vehículos de la ONU , sino las mansiones de la burguesía mulata en la meseta de Petionville, y las figuras rebosantes de salud de los extranjeros que gastan en cada almuerzo el ingreso mensual de una familia haitiana.
Contrastan también los supermercados establecidos para estos "cooperantes", llenos de mercancías importadas, con los vasitos plásticos de arroz que se venden en las calles, con frecuencia el único alimento del día, si es que se puede comprar. Para eso hay que mendigar sin tregua. Contrastan además los cuarteles con aire acondicionado y electricidad producida por generadores a gasolina, con la sombra que se apodera del país al caer la tarde.
Haití fue el primer país independiente de América Latina , y la primera revolución esclava triunfante en el mundo, contra un enemigo formidable: 40 mil soldados de Napoleón. Su primera misión fue ayudar a la independencia de los otros países, aportando protección, dinero y armas a gente como Francisco de Miranda y Simón Bolívar. Por eso ha sido castigada durante 200 años, siempre invadida y su gente masacrada.
Pero quien no tiene nada que perder, sino la desesperanza, se vuelve a levantar. El hambre da una fuerza insólita, y las cachetadas, como el regreso de Duvalier, también.
Fuente: TeleSur
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