Fuente: La Jornada de Zacatecas
Redacción
Diego Miramontes de León
El 2 de marzo de este año un cuerpo celeste de 40 metros de diámetro pasó “rozando” la tierra. La distancia a la que pasó fue de 64 mil kilómetros, que a la escala cósmica se supone minúscula. Dedido a ese fenómeno, los científicos de todo el mundo están persuadidos de que un día u otro un cuerpo celeste caerá sobre nosotros y matará a millares de personas o borrará cualquier forma de vida sobre el planeta.
A través de muchas civilizaciones hemos encontrado un gran interés por el fin de la historia. Sea cual sea el documento más antiguo, tendremos visiones apocalípticas que intentan predecir ese fin. Sin duda uno de los más conocidos es el apocalipsis de la Biblia, donde hay diferentes versiones, según el evangelista del que se trate.
San Juan expone el número de 144 mil sellados (salvados), de donde ahora se dice que es un número clave que coincide con las interpretaciones que algunos dan a las profecías mayas. También resaltan las siete plagas anunciadas, que bien podríamos ubicar con las modernas epidemias.
Otro de los temores extendidos en las culturas nórdicas era que el cielo les cayera sobre su cabeza. Entre los galos, al noroeste de Francia, el conjunto de creencias religiosas les permitió unirse como cultura, como el fin del mundo, la vida eterna y la rencarnación.
El universo estaba concebido como una construcción piramidal dividida en tres partes: los abismos infernales, la tierra y el cielo, sin embargo, el cielo aparecía como una gran bóveda frágil e inquietante sobre la cual se apoyaba el universo, de ahí su miedo de que el cielo les cayera sobre su cabeza.
De igual forma, en las culturas mesoamericanas, en particular en los aztecas, se tenía el miedo permanente de que el Sol muriera cada 52 años, por lo que se ofrecían tantos sacrificios humanos, pues se creía que sólo así se aseguraba que el Sol se mantuviera vivo. Es importante destacar que los sacerdotes se sentían los responsables de asegurar la vida del Sol y de su pueblo, y al ser la vida lo más preciado en este mundo, se ofrecía como el mayor sacrificio.
Ahora está de moda la predicción de los mayas, que según algunos interesados, marca el fin del mundo el 21 de diciembre de 2012. Se supone que el calendario maya es el más exacto que ha existido en todos los tiempos. Para ellos, la tierra nació un 13 de agosto del año 3114 a.C., y después de 5 mil 125 años, el planeta llegará a un cambio de era.
Según una nota de El Universal, Steve Alten, autor de la novela El testamento maya, la profecía no predice el fin de la humanidad, sino un cambio positivo. Resulta interesante observar que nuevamente se encuentra con frecuencia que se trata de siete profecías, donde el siete también es un número muy referido en otros textos, incluyendo el apocalipsis de San Juan, por ejemplo, los siete ángeles, las siete copas de ira, las siete trompetas.
Pero Steve Alten es más radical al expresar, en el Museo Nacional de Antropología, que “si la especie humana no se quiere extinguir, tendrá que reducir su número en el corto plazo de los 6 mil millones de personas que habitan ahora la Tierra a 500 millones”.
Sin duda, el científico mexicano José Fernández de Castro y Peredo encontrará un gran respaldo a su declaración de hace un par de semanas, donde nos dice “¿importa mucho si mueren unos cuantos millones?”.
En fin, respecto a la novela de Alten, se pregunta: “¿de qué sirve la verdad si no se puede aceptar?”. Eso es cierto, ¿de qué sirve saber que las declaraciones de De la Madrid nos revelan algo que ya sabíamos?, ¿de qué sirve saber que Salinas tomó al poder a través de un megafraude?.
¿De qué sirve saber sobre la corrupción de los gobiernos anteriores y actuales?, ¿de qué sirve saber cómo nuestro actual Presidente, espurio o no, tomó el poder?, ¿de qué sirve saber si ha decidido relegirse?, ¿de qué sirve saber si los Legionarios de Cristo están detrás del actual poder?, ¿de qué sirve saber?
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