viernes, 22 de mayo de 2009

Jugando con fuego


Fuente: La Jornada de Zacatecas
Redacción 

Jorge Alvarez Máynez

Al Estado mexicano lo persigue un fantasma: la descomposición de su tejido social, que se da a la par del proceso más decadente que sus élites hayan protagonizado en el último siglo.

En ese contexto, el que el país se sujeta a escándalos que involucran a ex presidentes de la República y sus vínculos con el narcotráfico; al lavado de dinero en las campañas políticas de partidos oficiales y de oposición; y a la revelación permanente de actos de corrupción política.

Nuestro estado también se ha visto azotado por el mismo fenómeno en medio de la peor crisis económica en el mundo que la actual generación recuerde y de la más cruenta guerra nacional desde la Revolución, en la que se involucra al poder del crimen organizado frente al que ejerce el Estado.

Las actuales crisis han reflejado que México es, como señaló en su momento Porfirio Muñoz Ledo, una “república simulada”, construida sobre regímenes de excepción. No recauda lo que un Estado de sus proporciones debería de recaudar, ni preparó nunca a sus instituciones para enfrentar situaciones de contingencia.

La alerta sanitaria es una muestra palpable de un sistema de salud pública (y otro de ciencia y tecnología) prendidos de “alfileres” y altamente vulnerables frente al incremento en la demanda de servicios públicos. Pero es la inseguridad pública la peor de las manifestaciones de esta ausencia del Estado en el país.

Los gobiernos estatales y municipales en México han tenido que enfrentar a una de las redes de narcotráfico más poderosas en el mundo, siendo una de las fuerzas públicas más débiles (mal pagada, sin recursos ni capacitación) y menos confiables en el orbe. En los distintos estados de la República, poderes locales han intentado hacer creer a la gente que la situación es un fenómeno local y reciente.

“¿Te acuerdas que la ciudad era muy tranquila antes?”, se suelta de forma irresponsable entre la población. Como si Joaquín Guzmán Loera, los hermanos Beltrán Leyva y Osiel Cárdenas Guillén fueran capos venidos de Marte a un país que antes era sano y hoy es corrupto; como si la infraestructura con la que cuenta hoy el narcotráfico hubiera cambiado de la noche a la mañana.

Es fácil acusar, jugar al aprendiz de brujo y “poner el dedo en la llaga” de las autoridades en la materia. Lavar las culpas, sin preguntarse ¿cuántas detenciones hubo en sexenios pasados?, ¿cuántos decomisos?, ¿cuánto se mejoró el sueldo, la capacitación y la formación ética del personal en los reclusorios?, ¿o cada policía, custodio y mando judicial fue producto de la generación espontánea?

Es lamentable que seamos incapaces de discutir el fenómeno con seriedad, como lo propuso el presidente de la Comisión de Puntos Constitucionales en San Lázaro, Raymundo Cárdenas, en un foro reciente coorganizado con el gobierno del estado.

Y la pregunta a los actuales y pasados funcionarios involucrados en declaraciones estériles es: ¿vale la pena el lodazal en el que estamos metiendo a los zacatecanos?, ¿la disputa de la gubernatura es suficiente incentivo como para descomponer más el tejido social? 

Se acusa complicidad de la gobernadora con el narcotráfico con un argumento: ¿cómo es posible que la jefa de las instituciones del estado no se dé cuenta de lo que pasa en su tierra?

Sin embargo, cuando el narcotráfico utiliza las propiedades privadas de figuras públicas las respuestas son de primaria: “los vecinos escucharon unos ruidos y nos avisaron”. ¿Ruidos?, ¿introducir 14 toneladas de mariguana a una bodega es un hecho cuyo único rastro sean unos “ruidos”?

Los cientos de correos electrónicos anónimos e infundios que han tratado de socavar la credibilidad del gobierno estatal que mejores resultados ha dado en la historia se caen por su propio peso: ¿de qué lado están los puros, entonces?, ¿los que no son capaces de vigilar lo que pasa en sus bodegas podrán vigilar lo que suceda en el estado?

No hay manera de escapar del gran fiasco construido por ellos mismos. Cuatro años de llenar de lodo el calcetín y aventarlo al ventilador tenía que tener sus consecuencias, y las estamos empezando a ver. Pero tampoco hay motivos para festejar, como las voces más radicales del oficialismo sugieren. No se trata de “acabar con los enemigos”, ni de aprovechar el momento.

La gobernadora no será quien salga ganando de este asunto, ni Zacatecas. Se trata de cerrar filas, de deliberar públicamente el proyecto de desarrollo que necesita el estado, de evaluar perfiles y valorar la manera en la que se puede ayudar a los municipios para enfrentar con decoro la contingencia.

Lo que hoy vive Zacatecas equivale a que, en los atentados contra las Torres Gemelas, William Clinton hubiera salido a la tribuna pública a acusar que George W. Bush estaba detrás del hecho. Cuando el rumor y la insidia popular marcan la agenda pública, debemos prepararnos para el desastre, porque ese es el escenario que construyen las mafias y los poderes fácticos. Estamos jugando con fuego.

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