Laura Itzel Castillo
09 de julio de 2008
Las decisiones de Marcelo
Gobernar implica tomar decisiones. El no hacer nada, hacer poco o hacer menos de lo que corresponde, también son decisiones. Actuar de manera tardía es igualmente una decisión. Todo ello fue tema de discusión pública en los últimos días. Pero ayer Marcelo Ebrard modificó el rumbo y recuperó la iniciativa.
De seguro fue doloroso para él aceptar las renuncias de quienes debieron ofrecerlas desde el primer día, pero fue una decisión correcta. Un solo hecho —además de todo lo dicho— habría bastado para dar ese paso: a varios funcionarios les faltó humanidad. Estaban más preocupados por su imagen o por cuidar la chamba que por el dolor de quienes perdieron a un familiar en una redada que nunca debió ocurrir.
¿Cómo es posible que todavía el lunes un informe sobre el fallido operativo en la discoteca New’s Divine omitiera lo fundamental, es decir, los 12 muertos?
Hace dos semanas, en este mismo espacio, señalé: “Dicen que el poder iguala a las personas. En muchos casos es verdad, pero cada quien construye su destino”. Aún más: “Deben deslindarse responsabilidades: legales, políticas, éticas. Que no quede duda qué le corresponde a cada quién”.
Escribí también, en aquella ocasión, que a diferencia de la derecha, desde la izquierda no podíamos ni debíamos permitir la impunidad. Que esa era una de las principales diferencias entre ellos y nosotros.
Ayer, el presidente de
Marcelo respondió positivamente a esta exigencia. Tomó decisiones de inmediato. Y no me refiero sólo a las renuncias o ceses, sino, sobre todo, a su anunciado cambio de rumbo, es decir, a la modificación de una política de seguridad pública que viola los derechos humanos y que lejos está de resolver el problema.
En ese sentido, no basta con ofrecer disculpas a los deudos, como ya se hizo. Hay que pedirles perdón. Por las muertes, y también por criminalizar erróneamente a los jóvenes. Eso nos diferenciaría claramente de la derecha, que justifica y defiende al alcalde torturador de León, Guanajuato.
Algunos políticos creen que reconocer sus errores les resta autoridad. No saben que hacerlo sin matices y con verdad, causa un efecto contrario: aumenta su autoridad; los engrandece, no los minimiza. Como decía Heberto Castillo: “Es de humanos equivocarse, de tontos no reconocerlo y de necios no rectificar”.
En crisis como esta, los gobernantes demuestran de qué están hechos. Marcelo tiene la palabra. Que, por supuesto, deberá corresponder a los hechos.
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