Gerardo Unzueta
19 de abril de 2008
En primer lugar, mis disculpas: a conse-cuencia de una intervención quirúrgica me vi obligado a suspender la entrega mensual correspondiente al 5 de abril; me fue penoso, pues en esos días se abatía sobre la opinión pública una de las campañas mediáticas más sañudas contra la izquierda, en particular contra el Partido de la Revolución Democrática (PRD); el propósito de la ofensiva era crear condiciones para eliminar, en beneficio de la dupla PRI-PAN, los avances del partido en 2006 que lo situaron como segunda fuerza nacional. No quiero ahora enfrentar los ataques y deformaciones contra éste, el único partido que realiza sus elecciones internas a la luz pública.
Mas sí me importa establecer los parámetros de esa ofensiva mediática. Igual que en 2005, tenía precisos objetivos electorales; entonces fue suprimir la posibilidad de una candidatura a la Presidencia que había cobrado gran fuerza, la de López Obrador. Se llegó incluso a la desmesura de concitar al conjunto de los órganos del Estado contra el jefe de Gobierno de la ciudad de México, determinando su desafuero. Ese proyecto fracasó por la decisión popular. En estas páginas escribí sobre el hecho: “Hay un personaje colectivo que ha comenzado a manifestarse. El 24 de abril se hizo presente no en el Zócalo, sino en toda la ciudad; no por unas decenas de miles de compatriotas, sino por un millón y medio o más”.
Ahora, la campaña mediática concentró su encono en el partido que la sociedad reconoce como representativo de la izquierda. Los medios magnificaron las diferencias entre los dos candidatos principales, ya de por sí decididos a reclamar para sí la victoria. Uno al otro atribuyó las más sucias maniobras y viceversa. La prensa radial y televisiva hizo de las peores denuncias a las características del proceso, aun cuando sólo afectaban a 10% de la votación.
El recuento de los votos reveló la incapacidad del PRD para impedir que ese 10% bloqueara la definición de los dirigentes nacionales. Los medios e incluso personalidades de indudable peso en la izquierda caracterizaron los comicios y al propio partido como “un cochinero”.
De esta manera se creó un panorama: era el momento para lanzar la más polémica de las iniciativas propuestas por el partido de Felipe Calderón, la privatización de la industria petrolera: el partido de izquierda, desde su nacimiento comprometido con la defensa del petróleo mexicano, aparecía completamente desprestigiado, era “un cochinero”. Sin enemigo partidista al frente, Calderón se lanzó a la batalla, contando con la alianza visible del grupo parlamentario del PRI.
No aprendió la lección de 2005. Ignoró que en abril de aquel año surgió el personaje colectivo que sepultó al desafuero; una fuerza política integrada por millones, no una masa informe movida por los caprichos de un caudillo, como afirma la campaña mediática. Desde el 18 de marzo, el personaje colectivo exhibió no sólo la misma amplitud, sino nuevas formas de organización y mayor comprensión de la resistencia civil pacífica frente a los intentos de hacer pasar la reforma petrolera calderonista “en dos semanas”, sin debate verdadero.
La intervención pública del Comité de Intelectuales en Defensa del Petróleo es un hecho de la mayor importancia, una respuesta a nuestro requerimiento de 2005: dar al personaje colectivo el mayor apoyo, sin mezquindades ni protagonismos, aportándole las experiencias que el estudio, la investigación y la lucha política proporcionan.
Analista político, miembro del PRD
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/40305.html
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